Mi colega Katia Siberia hablaba hace unos días de gestos de amor y debo decir que asumo sus palabras como mías. Una dice gestos de amor y, no obstante, puede correr el riesgo de que quien lee ponga cercas al concepto o no se entienda la urgencia de que los afectos y la responsabilidad (dos ingredientes infaltables en esa mezcla) traspasen cualquier feudo del sexo o la amistad. El amor por el prójimo, dice la Biblia. El amor por el otro, sea cercano o no, dice mi estimada Katia, igual de sabia.

Pero yo vengo a hablar de otros gestos, menos nobles y que igual debían estar en el candelero: a mi hijo de 14 años le sirvieron en un bar bebidas alcohólicas.

Usted me dirá: “¿Y qué hacía su hijo de 14 años en un bar?”. Con lo que estaremos en principio de acuerdo. Después pensaríamos entre los dos a qué lugares podrían ir los adolescentes como mi muchacho, en esa edad complicada del “destete” social, en la que quieren empezar a experimentar el mundo por sí solos.

Coincidiremos en que opciones, lo que se dice opciones, no hay, más que el socorrido parque Martí y sus alrededores, y los nuevos bares nacidos al calor de las iniciativas privadas donde, creo yo, debería haber límites de edad para entrar. Como en otros tiempos, el segmento etario que comprende la adolescencia y la primera juventud está desprovisto de alternativas para el esparcimiento que no sean la práctica de deportes y alguna otra actividad recreativa organizada por ellos mismos.

No obstante, ese no es el meollo de mi columna hoy, aunque no debiera pasar por alto para programadores culturales, decisores y emprendedores. Mi mayor preocupación —dado que yo también sufrí el aburrimiento a los 14 y no me morí— es que drogas “blandas” como las bebidas alcohólicas, que sí matan, estén tan al alcance cuando no se tiene edad suficiente para discernir los peligros.

Lo del alcance yo sé que es cuestionable. Los actuales precios hacen inaccesibles la mayoría de las ofertas, pero aun así no pocas familias exprimen los bolsillos para que sus muchachos tengan una tarde-noche diferente, una vez al mes o más. Y el gran problema de eso está en que esos chiquillos (que nunca dejarán de serlo ante los ojos de sus padres y madres) entran a los bares y piden a la carta micheladas, screwdrivers, mojitos, cubalibres sin que bartenders ni administradores reparen en la edad.

El mío pidió una michelada por pura curiosidad, por probar qué era aquello, y botó el dinero, porque al primer sorbo supo que no le gustaba. Por eso hablo de gestos; uno solo haría la diferencia, mirarles bien las caras a los integrantes del grupo bastaría para reconocer en ellos rasgos juveniles, casi infantiles, y tendría que encender todas las alarmas.

Entre septiembre de 2017 y enero de 2018, investigadores holguineros aplicaron encuestas a 317 estudiantes de un preuniversitario y encontraron datos para preocuparse: el 65,9 por ciento había consumido bebidas alcohólicas, como promedio, desde los 13 años; el 61 por ciento se había embriagado al menos una vez, aun cuando la mayoría dijo conocer los efectos nocivos del alcohol. O sea, incluso sabiendo los posibles daños, la presión social del grupo y las circunstancias propiciaron la ingesta de bebidas.

• Consulte aquí el Plan de Acción Mundial sobre el Alcohol 2022-2030 con el fin de fortalecer la aplicación de la Estrategia Mundial para Reducir el Uso Nocivo del Alcohol

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la manera en que las personas beben cuando son adolescentes (de 12 a 17 años de edad) puede definir la trayectoria de su comportamiento en cuanto al consumo de alcohol en la medida en que crecen, incluido el riesgo de desarrollar patrones de consumo problemáticos y trastornos causados por el alcohol”. Es decir, la michelada que, a simple vista, puede parecer inofensiva, bajo los llamados de “deja que aprenda a tomar, que se haga hombre”, podrían condicionar la conducta posterior, cuando las soluciones no sean tan simples como “prohibida la venta a menores”.

Según el Informe sobre la situación del alcohol y la salud en la región de las Américas 2020, emitido por la OMS, en Cuba el 46,3 por ciento de los jóvenes entre 15 y 19 años se considera bebedor y el 5,7 por ciento ha tenido consumos excesivos episódicos. El propio documento predice la estabilidad de esa tendencia hasta 2030.

gráfico oms

Decía al principio que el amor al prójimo tiene como ingredientes el afecto y la responsabilidad. Haré todo lo que esté a mi alcance para que mi hijo de 14 años no entre a un bar y pida una bebida prohibida para su edad, porque no hay algo en este mundo que yo ame más. Solo espero que, si no lo logro, los cantineros le miren la cara y no antepongan el lucro a su salud, que sean responsables.

También aspiro al cumplimiento de lo establecido en materia de legalidad y menores de edad, sin dilación.

• Sugerimos este material realizado por la OMS.

Sayli Sosa Barceló. Tomado de Invasor

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