«¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos?», preguntaba José Martí; «¿no animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, cuidaba a los heridos?».

Es difícil no imaginarla conmovida, estremecida, llena de interrogantes, si, como dicen, cuando era solo una niña vio la agonía y sufrió los gemidos de unos piel negra traídos de África, amarrados, destrozadas las espaldas por el látigo colonial.

De Francia y sus opulencias, a costa de la esclavitud y los sufrimientos de Haití –también dicen–igual se hablaba en el hogar de la mulatica avispada. Su pose tampoco ha de haber sido de indiferencia frente otros ultrajes como la riqueza de España, levantada sobre la muerte y la explotación de filipinos, puertorriqueños, dominicanos, cubanos…

Las pláticas familiares la asomaron a la crueldad de unos ibéricos rancheadores, a la desgracia de unos seres humanos cazados con perros, a los palenques y cimarrones. Y también le revelaron una revolución (la haitiana), y en Cuba, más de un amotinamiento.

Así se forjó Mariana; así nos fragua. Casi seguro la sensibilidad fue semilla en la temprana, rebelde y patriótica devoción independentista de la que vino al mundo en Santiago de Cuba, el 12 de julio de 1815, y un día, llegada la hora, de sanitaria, mambisa y esposa, con su prole se fue a la manigua, donde al cabo dio la más recia, tierna y límpida lección maternal, hoy entraña y raíz de nación.

De su reciedumbre se habla más que de su ternura. Pero, más allá de la guerra, de las marchas, de la vida nómada en campamentos provisionales; más allá del hambre y la lluvia, de los azares y el frío, en Mariana Grajales Coello una cualidad no minimiza a la otra; en todo caso la complementa.

Quizá unas preguntas de nuestro José Martí nos ayuden a entenderlo mejor.

«¿No fue sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol?». «¿Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de Maceo con su pañuelo en la cabeza, y se le acababa el temblor?».

Ahora, cuando esta Isla encara una guerra cruel impuesta por un despiadado enemigo, más que nunca Mariana sigue de pie, rodeada de millones de hijos e hijas, y animándolos a pelear. «Ya la historia –evocó un día Fidel– nos hablaba de grandes mujeres; una de ellas las simboliza a todas: Mariana Grajales».

Tomado de Granma

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