Lo cuenta Eduardo Galeano, y lo inmortaliza, para todos los tiempos, Korda. La Revolución tiene poco más de un año de vida, y La Habana es un hervidero de furia e impotencia: el vapor La Coubre, que traía armas para la defensa de la Isla, acaba de volar por los aires, víctima de un atentado que cobró la vida de decenas de civiles.
Fueron los imperialistas: ellos se creen los dueños del mundo, y les revuelve la bilis el hecho de que en Cuba nunca más seremos colonia de nadie. Como cobardes, destruyeron el barco, y ahora, ¿qué hacer con este dolor, con esta rabia ciega?
La gente toma las calles, y jura defender a sangre y fuego el futuro soñado y sembrado. El Che los mira desde la tribuna, los contempla silencioso, y siente que la ira popular se le queda grabada en las retinas. Dice Galeano que el comandante lleva la multitud en los ojos, que su mirada es la más poblada del mundo, y a fuerza de observar aquella vieja foto, uno termina creyéndole.
¿Acaso no fue el propio Che quien pidió a sus hijos sentir en lo más hondo las injusticias cometidas en cualquier parte del mundo? ¿No nos obliga ese pedido a la inconformidad perenne, a sentir en nuestra mejilla el golpe descargado sobre cualquier rostro?
Pero, ¿cómo hacer frente al terror sin sembrar más terror? ¿Cómo evitar que el odio contra la bajeza nos desfigure la cara? ¿Qué hacer, si —como dijera el poeta— también la ira contra la injusticia pone ronca la voz?
Hace casi medio siglo tuvimos la respuesta. Ya para entonces el Che era un cadáver perdido, gracias a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y a la traición del Partido Comunista boliviano. El mundo se convertía en un lugar muy distinto a aquella promesa de luz de los años 60. Sobre el cielo de Barbados se desplomaba un avión lleno de pasajeros, y Cuba, ¡otra vez Cuba!, se vestía de luto.
Todavía hay fotos de aquella gigantesca despedida de duelo. Y está, para que nadie jamás olvide el crimen, la grabación de los pilotos, momentos antes de que el avión se convirtiera en un amasijo de acero, carne y llamas. Ese crimen costó 73 vidas, que cada octubre vuelven a la memoria colectiva como un recuerdo doloroso, punzante.
También están las palabras de Fidel. ¿Tendrá, como el Che, una multitud en los ojos? La gente llora, y no precisamente de miedo. Una enorme masa humana, electrizada, escucha el discurso de su líder y siente cómo se le desborda el pecho. Acaban de descubrir la respuesta: el llanto del pueblo hace temblar la injusticia.
Quienes traen la muerte, quizá logren gozar de una larga vida, de impunidad, de fortuna, porque el karma es, en realidad, una mentira ridícula, desmovilizadora. Lo que nunca tendrán los terroristas es paz. Siempre vivirán en la zozobra, en el asco, en el pavor, pues —no importa adonde vayan— se toparán con la mirada de los oprimidos del mundo, y encontrarán en cada pupila una multitud que clama por justicia.
Auschwitz, Vietnam, La Habana, Tlatelolco, Santiago de Chile, Barbados, Nueva York, Rafah, Beirut… Ante cada crimen, quedan el recuerdo y la condena. Frente a cada injusticia, se alzan los pobladísimos ojos del Che.
Tomado de Invasor