En estos días de abril nos asaltan la evocación y el suspiro callado. Vuelven los sentimientos más íntimos a aquellos sitios a donde el odio por una tierra libre envió metralla y mercenarios; porque los bellos inicios siempre molestan a los poderosos que aman la sumisión y el servilismo.

Estos días de abril nos sitúan frente a esa disyuntivas que ha acompañado siempre a los hijos de Cuba: postrarnos en recogimiento por las víctimas de aquella invasión o celebrar por la derrota asestada al enemigo más grande que se haya enfrentado por amor a un país, por el derecho de ser dueños de un destino.

En estos días el homenaje fluye desde el amor más puro, desde la gratitud inmensa por los que no temieron, por los que fueron abatidos y con su sangre escribieron la historia de una época de entrega permanente, del deseo supremo de no dejar lo logrado en las manos de nadie, de no renunciar a tantos sacrificios, y proteger esta luz que sepultó a las tinieblas.

Y también se celebra. Porque valió la pena, porque quienes no murieron allí siguieron escribiendo páginas memorables de resistencia y luchas, porque volver a las cadenas nunca fue una opción después de perder tanto, de ofrendar tantas vidas, porque celebrar las victorias que nos hicieron libres siempre será el mejor homenaje a quienes las lograron.

Aquel sitio ya no era de hambrientos y olvidados, las tierras ya no eran de despojos humanos, de carboneros tristes, sepultura de niños que morían sin crecer y vivir; ya era tierra de libres, hogar donde las mentes comenzaban a aprender y donde los corazones se estrenaban en eso de conocer la esperanza y la alegría.

Por eso si era preciso había que morir, morir para después aparecer multiplicados en otros miles dispuestos a seguir alumbrando los caminos fangosos, avivando las lámparas que anunciaron el fin de la agonía, sanando las heridas, adorando a la patria. Levantando como nunca antes ese sitio de Cuba.

De esta gesta nacieron poemas y canciones; nacieron tantos héroes. De estos días gloriosos se aprendió como de un siglo de pérdidas y sueños, como de esas luchas largas que no pueden cesar, porque hay quienes acechan, persiguen y arremeten.

En estos días de abril se coloca una flor, se besa el mármol frío, se respira la victoria. Se reafirma el carácter de una Revolución que trajo a los humildes lo que nunca tuvieron, que enseñó que era posible ser dueños de un país, diseñar sus destinos, caminar todos juntos. Se mira a las alturas y se promete velar celosamente el ondear solitario de la enseña de Cuba.

Tomado de Invasor

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