La terrible palidez en el rostro compungido de aquella mujer apenas puede apreciarse con la iluminación de una vela y algunas linternas. El milagro de la vida tiene bien ganado el nombre en el Delta del Orinoco, donde las indias waraos dan a luz en entornos que no son los ideales.

Tras las maniobras, de repente un llanto toca el alma de quienes están en la sala de parto. Un niño recibe de manos cubanas los primeros cuidados. «No son las mejores condiciones, pero que tus manos hayan estado allí para que nazca sano es un privilegio», dice Yoandry Gutiérrez Rosquete, enfermero emergencista, quien, a solo una hora de arribar a Curipao, en el estado Delta Amacuro, asistió un parto, de los primeros en su carrera.

En Cuba no era para él una práctica frecuente; sin embrago, como parte de su tarea internacionalista, ya perdió la cuenta de cuántos ha apoyado. En aquel alejado caño de la geografía venezolana «no había cómo monitorear a la madre ni al recién nacido, y la tradición de esa etnia no dictaba –por supuesto– visitar al cdi como primera opción ante una emergencia».

A pesar de que esas comunidades se encuentran en un punto intermedio de la evolución social, la comunicación acerca de los procedimientos médicos se dificulta. Su arraigo a las costumbres ancestrales es fuerte. «Solo acudían a los especialistas de la salud una vez que los curanderos se quedaban sin soluciones».

Después de muchas vidas salvadas la población comenzó a apoyar a los de la Mayor de las Antillas, para crear condiciones cuando se presentaban emergencias. La tenacidad de los cubanos es premiada hoy con «un saludo» fuera del centro o «cuando llegan buscando que uno lo atienda, porque ya fueron pacientes en otra ocasión».

Para Yoandry, «la enfermería fue algo «accidental». La idea de estudiar la carrera llegó por recomendación de un conocido. Nunca tuve planificado ser enfermero, pero ahora me encanta mi profesión, y le pongo la misma fuerza dondequiera que esté».

Así, luego de atender emergencias diversas, politraumatismos, niños con parasitismo, picaduras de animales venenosos y otros padecimientos que en Cuba jamás ha visto, fue trasladado al Centro de Salud Integral Salvador Allende, en Caracas.

«Esta es una institución de referencia, y también atendemos casos complejos». Ello le ha permitido superarse profesionalmente. En cada sitio donde ha estado –en Venezuela o en su natal Mayabeque– la certeza que lo ha guiado siempre es que en su profesión no pueden faltar «el estudio constante, el amor por el trabajo y la empatía con los pacientes y familiares».

Los enfermeros tocan con sus manos la vida y la muerte, y sostienen a quienes no les acompañan las fuerzas para seguir. Tienen la certeza de que la tranquilidad que les transmiten a los pacientes «es parte del tratamiento. Un enfermo, aunque quiera cooperar, no está en el máximo de sus condiciones físicas ni anímicas. Hay que ganarse su confianza, hasta que reconozca en nosotros la ayuda que necesita», asegura Yoandry.

Sin duda, la grandeza de los que ejercen esta noble profesión radica en poseer la sencillez de las estrellas que, sin pedir nada a cambio, brillan para iluminar a los demás.

Tomado de Granma

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