En Ciego de Ávila llueve, y cuando escampa, lo que abunda son el dengue, el Oropouche y la amenaza latente de otras arbovirosis. No es una fatalidad del clima ni un designio del azar: es un resultado previsible y anunciado.
Por un lado, un monitoreo que revela índices de infestación del mosquito elevados y peligrosos; por el otro, un colapso ambiental y de saneamiento que sirve de caldo de cultivo perfecto.
Las calles, los solares yermos y los espacios públicos de la provincia se han convertido en un archipiélago de microvertederos. Cuando la recogida de desechos sólidos es irregular o inexistente, y la chapea de áreas públicas se abandona, no se está fallando en un servicio: se está firmando una sentencia de enfermedad para la población.
La queja ciudadana, lejos de ser una exageración, es un grito de auxilio desde el epicentro del desastre. La percepción de abandono es, quizás, el síntoma más grave. Cuando la gente siente que su salud es indiferente para las instituciones, se fractura el contrato social más básico. El dengue y el Oropuche no son enfermedades banales; pueden derivar en complicaciones hemorrágicas o neurológicas que requieren hospitalización y ponen en riesgo la vida.
La solución no puede recaer únicamente en la fumigación —un paliativo que solo mata mosquitos adultos— ni en la responsabilidad individual de las familias para eliminar criaderos en sus patios. Frente a los microvertederos, el cubo de agua bien tapado en una vivienda es un esfuerzo loable, pero insuficiente.
Se requiere una acción institucional contundente, inmediata y coordinada:
1. Saneamiento urgente: Priorizar la recogida de basura y chapea en todos los barrios, con énfasis en los puntos críticos reportados.
2. Refuerzo epidemiológico: Intensificación del control focal (eliminación de criaderos) por parte de los equipos de campaña, con transparencia en los datos de infestación.
3. Atención primaria: Garantizar la disponibilidad del médico y la enfermera del consultorio en su horario laboral.
Lo que ocurre en Ciego de Ávila es un recordatorio cruel de que la salud pública se construye en el territorio: en la recogida de la basura, en el mantenimiento de los espacios. Ignorar este grito es, sin duda, la peor de las complicaciones.