Como en un evento deportivo, los artistas de las artes visuales en Ciego de Ávila midieron su talento y aptitudes en el XXXI Salón de Artes Visuales Raúl Martínez 2024. Y, si bien no se logró la diversidad en manifestaciones y estéticas, fue evidente la exhibición de belleza, con muy sobrados ejemplos de nobles prácticas, en este paraninfo inaugurado el sábado 26 de octubre.
Han sido premiadas muchas obras que merecen todo el elogio del mundo; y las que no, pues deberían sus artífices sentirse más que complacidos de estar entre estas luces, con toda la dignidad del mundo. La calidad aquí pareciera estar en un nivel medio, pero con tendencia a la alza. Aunque con algunos sinsabores.
Atrás quedaron los tiempos de mucha más contemporaneidad transgresora. Tiempos en que las intervenciones, las performances, las esculturas, y demás, le daban un toque vanguardista a la visualidad del terruño.
Y se notan ahora las ausencias con todo el peso de los años y la tristeza en el alma. Porque ya no están las academias de artes plásticas con sus egresados tan virtuosos y motivados, ni la escuela de instructores de arte.
Ni están los José Rolando Rivero, Juan Carlos Pimentel, Jesús Echevarría Urra, Gerardo Piñeiro, Jesús W. Calaña, Iván Iser, José Ramón Vieyto, Jorge Baez, Liesther Amador, Naivis Pérez, Rewel Altunaga, ni tantos otros que le dieron sobrada calidad a este Raúl Martínez que aún se resiste a perderse en el olvido.
El Salón
Si bien en la novel edición no están las esculturas, tenemos la fotografía con un preciosismo y factura que desborda en calidad. Ejemplos como los del Humberto del Río, con sus colosales e impresas en lienzo y manipuladas mayoritariamente con el software Ligthroom, nos enseña cómo hacer una buena captura en el momento más escenográfico, por así decirlo, de la realidad. Y dar, con los claroscuros, como en Sombras, un mensaje de zozobra y ahogo ante una realidad que sigue haciendo de las suyas para bien y para mal.
Por otra parte, tenemos a Carlos Roberto Sánchez Rodríguez, con su interpretación fotográfica de un tema musical de Carlos Varela, pero más enfocado a lo clásico, Como los peces. Con toda la inteligencia del mundo, nos pone en la disyuntiva de si somos los peces dentro de la pecera, o somos los que del otro lado del vidrio, miramos hacia el interior de la misma.
En ambos casos, con una técnica muy dispar, pero con alto vuelo poético, llegan a reírse de esta realidad, colmada de absurdos y con un marcado interés crítico e inconformista.
Sobre esa misma cuerda, la pieza del moronense Pedro Quiñones, ya todo un maestro del collage, nos sigue impresionando con su diseño impecable, armonioso; colores contrastantes y el buen uso de los grises como catapulta para los pigmentos más vivos y preponderantes.
Con Del Paraíso y sus laberintos, da la sensación de que Quiñones ha ido refinando su estilo de trabajo y va colocando los iconos, formas geométricas, recursos y planos, de manera que asuman una macro forma, pero, a la vez, se conviertan en disímiles estructuras según el cristal con que se miren. Me recuerdan, un poco, a los calidoscopios que, al girarlos, los colores parecen vivir instantes irrepetibles, efímeros.
Otros trabajos relucen en este sitial de la plástica nuestra, con dominio del dibujo y la pintura. Tenemos los casos de Roberto Ávila Hernández, el inquieto ceramista que no cesa de sacar los demonios que le habitan y encerrarlos para siempre en cualesquiera de las superficies que desee, ya sea en lienzo, papel, cartón o la fría cerámica. Con su Flores del cielo, nos parece poner sobre aviso ante la intencionalidad traidora y nefasta del ser humano más bajo y corrupto. Y, con el empleo de esa tonalidad verde sucia, pareciera colmar de angustia la escena relatada y, con ello, es como si nos dijera que la esperanza de un mejor mañana no está del todo cercenada. Estamos a tiempo, nos susurra al oído con cada trazo, aún hay flores para hacernos el amor.
Algo similar ocurre con la bella fotografía Cordero degollado, del binomio Dana Gómez Sánchez y Leodán Vázquez, en donde el beso es como la daga de antes o después de morir; porque en el mundo cuyo rey es el Caos, la traición es la madre de todas las acciones.
Codo a codo, incluso rodilla en tierra, estos 14 artistas representados aquí con algo más de una veintena de sus quehaceres artísticos, han puesto color y sabor a una competitividad que si bien no existe como tal, por lo menos da la sensación de que todos quieren lucir y lucir bien. Y lo hacen por el beneficio de una manifestación artesanal que ha vivido mejores épocas y que aún tiene mucho que decir.
Por el momento este salón Raúl Martínez se distingue por el renacer del concepto y la criticidad. Cada producto bidimensional no solo es el juego estilístico de recursos visuales y modos de hacer, sino, además, es el correlato personal desbocado hacia el público. Que cada cual tome lo que quiera de ellos y vista su alma. La arena para el convite ya está lista.
Los premiados
El jurado principal, compuesto por excelentes artistas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y de otras instituciones de la cultura, han tenido un trabajo bien complejo al analizar cada una de las obras y casi ponerlas sobre la balanza del bien y del mal para que coexistan, pues, los laureados.
Premios del salón:
Gran Premio: Del Paraíso y sus laberintos, de Pedro Quiñones Triana.
Primer Premio: Sombras, de Humberto del Río.
Segundo Premio: Como los peces, de Carlos Roberto Sánchez Rodríguez.
Tercer Premio: Flores del cielo, de Roberto Ávila Hernández.
Menciones a: La verdad, de Jorge Mario González Torres. Adán y Eva, de Héctor José Torres González.
Premios colaterales
Asociación Hermanos Saíz: Flores del Cielo, de Roberto Ávila Hernández.
UNEAC: Del Paraíso y sus laberintos, de Pedro Quiñones Triana.
Fondo Cubano de Bienes Culturales: Resiliencias, de Humberto del Río Rodríguez.
Asociación Cubana de Artesanos Artistas: Plegaria de día y de noche, de Eduardo Martínez Burgos.
Consejo Provincial de Casas de Cultura: Purificación, de Heisy Pérez Pérez.
Patrimonio: Como los peces, de Carlos Roberto Sánchez Rodríguez.
Sociedad Cultural José Martí: Cordero degollado, de Dana Gómez Sánchez y Leodán Vázquez. Retrato de familia, de Plinio Rolando Sánchez Rodríguez.
Tomado de Invasor