INVASOR,CIEGO DE AVILA,IGP

A la mayoría de las personas puede que no les suene de nada el Despacho Provincial de Cargas. Quizá alguien lo asocie con cajas, contenedores y otros objetos pesados, pero nada que ver. Sin embargo, cuando se explica que allí es donde ponen y quitan la corriente eléctrica, la cosa cambia.

En realidad, esta labor resulta mucho más compleja que subir o bajar un cata’o, y así lo reconoce el jefe de turno, Roberto Ávila Sánchez, quien acumula 33 años de experiencia en el lugar. En todo caso, el Despacho es el cerebro, el centro neurálgico, de las operaciones de la Empresa Eléctrica Ciego de Ávila, y en momentos de crisis, probablemente, se convierte en uno de los espacios más importantes y estratégicos de toda la geografía avileña.

Lo primero que llama la atención en el amplio local climatizado es una enorme pantalla, donde pueden verse las distintas estaciones de generación eléctrica, y cómo estas se conectan a la red. A simple vista, parece un árbol genealógico que crece hacia abajo. Intento describirlo, porque no permiten fotos de esa pantalla.

El gráfico se mantiene invariable, lo único que cambia son las cifras, las cargas, que marca cada estación. Cuando cayó el Sistema Eléctrico Nacional, las cargas desaparecieron, y el inmenso árbol invertido se llenó de asteriscos.

Hace unos días, mientras visitábamos el Despacho, ya la situación no era tan grave: incluso se retomó el ciclo de apagones y “alumbrones” cada tres y media horas. No obstante, su gente todavía recuerda los momentos de estrés y tensión de la semana pasada

Ávila no estaba allí en el momento del gran apagón. “Mi turno empezó un poco después. Nosotros trabajamos 24 horas seguidas, y luego descansamos 48. A veces salimos de la casa sin corriente y, cuando volvemos de trabajar, tampoco tenemos”.

Habla, pero no le quita los ojos de encima a los dos monitores de su computadora, repletos de hojas de cálculo, gráficos y programas. Su mesa de trabajo también está llena de papeles con anotaciones en tinta negra: cifras, municipios, circuitos…

No es un trabajo sencillo. Aunque el ciclo de formación solo tarda seis meses, un período en el que los aspirantes al empleo deben demostrar sus capacidades, los más jóvenes pasarán los próximos dos años bajo supervisión, hasta que dominen al dedillo la vorágine laboral del Despacho.

Llaman por teléfono, y el jefe de turno responde. Es de la Bioeléctrica de Ciro Redondo. Realizan pruebas para su arranque. Luego colgará, y entrará una nueva llamada. En cierto momento, en el Despacho hay más de seis personas hablando al mismo tiempo.

“Nuestra principal herramienta es la comunicación. Sin ella, estaríamos perdidos, pues un error aquí puede ser muy peligroso. En el mejor de los casos, apagamos el circuito equivocado, pero en el peor, podemos interrumpir procesos industriales, dañar infraestructura crítica o, incluso, electrocutar a toda una brigada de linieros. Por eso, hay que trabajar sin demoras, pero bien atentos y con la mente clara”, dice Ávila.

“La labor se complica todavía más, si tenemos en cuenta que la mayoría de las operaciones de encendido y apagado de circuitos no puede realizarse de forma automática, desde el Despacho, sino manualmente, enviando un carro nuestro para que los linieros conecten o desconecten el circuito”, explica.

A Ávila le han llovido las propuestas de trabajo, pero dice que no se va de allí. “Me gusta lo que hago, sobre todo por la complejidad de la tarea. Hay que enfrentar las dificultades, y enfrentarlas bien”, razona.

De pronto, comienza a escucharse a trozos la conversación entre un despachador y una brigada de linieros. Las palabras técnicas, los códigos, y el sonido áspero del radiotransmisor, se confunden en el oído poco entrenado. “Adelante… Copiado…” Luego el despachador avisa al jefe de turno: “Ávila, cerrado 1781”. Y este anota otra operación en la pantalla izquierda de su computadora: en algún lugar acaba de llegar la corriente.

Tomado de Invasor

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