Un Marcos Etiám Carvajal, actor más sosegado, visceral y con más experiencia sobre las tablas nos ha devuelto la última puesta en escena del monólogo Desde el sótano, que ofreció durante el fin de semana la compañía Teatro Primero en su cuartel general de La Trapisonda.

Con texto original de Nicolás Dorr y puesta de Oliver D’Jesús Hernández, la obra ha ganado mucho desde su primera presentación en 2022 por esta agrupación insigne de la ciudad de los portales y con dirección de Agustín de Quevedo. Pero en aquella oportunidad, Marcos estaba todavía tiernecito en su carrera actoral y las cosas le pudieron haber salido mucho mejor.

Un mundo de bazofias y desvergüenzas; de odio y misoginia; la creencia en ser superior a todos desde el poder de una raza pura; la filosofía existencialista llevada a su cataclismo; son algunos de los destellos que salen a relucir con esta nueva mirada que le da a la obra Oliver D’Jesús.

Y ahora, creo yo, Marcos está en ese momento especial en el que ha sabido conjugar algo más de experiencia, manejo impecable del aparato sonoro, así como un despliegue mucho más rico de la gestualidad y la expresividad corporal. Ya no solo engola demasiado la voz ni sube en tesitura como en los anteriores montajes, sino que lo cambió todo hacia un soliloquio más profundo y en tonos bajos. No deja de ser caricaturesco, pero ahora sí es más verosímil.

No se trata solo del cambio de dirección escénica, porque prácticamente el montaje difiere muy poco del anterior, sino de la sobriedad con que se ha tratado al protagonista. El cual sobresale mucho más ante su discurso, sus miedos y la declaración de culpa que lanza a todos desde el inicio.

También, con la eliminación de la cuarta pared y la interacción cercana con el público desde el teatro arena, la obra se vuelve más humana, conversacional, de tú a tú con el espectador y hasta consigue que el mismo se identifique de una vez con el drama o la angustia del personaje.

Lo cierto es que el monólogo ha ganado mucho con detalles como los aquí mencionados, y que es señal de que el tiempo, como a las heridas, lo cura todo.

Algo bien interesante que es justo decir tiene que ver con la utilización de la antesala al lunetario del teatro, como sótano donde se desarrolla el monólogo. No solo porque esa arquitectura se le asemeja mucho, sino que, además, sus estrechas dimensiones dan ese ahogo, esa sensación de angustia y enclaustramiento para el protagonista. Y a uno le queda la sensación de estar metido en la cabeza de ese sociópata. Asunto que me parece plausible incluso, si no fue pensado con ese fin. Lo cierto es que en este reducido espacio, añado, había bastante público en las dos funciones, se desarrolla una trama bien inquietante y lograda desde el convencimiento y la buena actuación.

Bien vale la pena nombrar el apoyo que recibió cada escena o parlamento con la musicalización precisa bajo el encanto de Jorge Rodríguez Rodríguez. La música, entonces, cobra un protagonismo que para nada desluce la labor actoral de Marcos; más bien, ambos se integran perfectamente en una atmósfera opresiva, colmada de evocaciones y hasta sensaciones encontradas. Así ha de ser la mente sucia de este asesino. Por algo los hermanos de la víctima lo andan buscando.

Es la primera vez, de las tantas que ya he visto este monólogo, que me convenzo de la culpabilidad de esta rara avis humana y hasta le deseo todo el peso de la justicia cayendo en cámara lenta sobre sus ojos.

Un mundo de culpas, de credos infrahumanos, de evocaciones a Nietzsche; morboso y agónico; se vislumbra desde el sótano. Quien lo habita es el más despreciable de los hombres.

 

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