Preámbulo necesario

Sin otra intención que dejar una huella del quehacer teatral en Ciego de Ávila es que escribo esto a raíz del estreno de Hagamos un picnic, por la Compañía Teatro Primero.

Jamás pretenderé dirigir obras ni hacer cátedras de actuación o de diseño escénico. Nunca seré ese crítico exhaustivo e intelectual capaz de analizar a profundidad hasta el por qué del nacimiento de una rosa.

Mas llegué al teatro como quien se aferra a una tabla de salvación y con él borré de un golpe todas las angustias de mi vida. Y con Teatro Primero, que dirige Oliver D’Jesús, obtuve el conocimiento necesario para entender para qué, por qué y cómo se hace teatro.

Ahora, ante el estreno de una obra que ya conocía, como esta basada en Picnic, del español Fernando Arrabal, y que me leí con total gusto, me doy cuenta de que Teatro Primero ha establecido en la Ciudad de los Portales una manera de ser y de hacer teatro. Para algunos, interesante; para otros, ya envejecida.

Lo cierto es que con esta nueva puesta en escena la agrupación devenida a compañía logra un resultado interesante, pero, al mismo tiempo, perfectible según consideraciones personales.

La obra en sí

En los 43 minutos que dura esta escenificación a uno se le va la historia que cuenta con modesto equilibrio entre lo lento y lo ágil. Pero al comienzo, como que a los actores les cuesta acercarse al ritmo que necesita una puesta en escena del siglo XXI colmado de tecnologías, de crisis y sin tiempo para perder el tiempo en obras de otros siglos.

Una vez que nos centramos en el suceso completamente absurdo, las cosas fluyen y es cierto que cada solución escénica permite que los minutos pasen sin necesidad de que uno mire el reloj para saber cuánto faltaría para alcanzar el término de la obra.

La música de Jorge Rodríguez Rodríguez logra, además, ese súper objetivo de adentrarnos en los sentimientos y emociones que brotan de las pieles y que se yerguen sobre los elementos escénicos ahora precisos y sin abarrotar la escena.

Y es que la trama contada resulta interesante. Sus mensajes humanistas saltan a la vista y se agradecen.

¿De qué se trata? Los padres de Zapo llegan de improviso al campo de batalla, a la posta 47 donde hace guardia su niño. Quieren hacer una reunión familiar y comer, algo habitual, necesario, inviolable dentro de esa dinámica familiar de quienes han criado un único hijo bajo la sombra de la guerra y los conflictos sociales.

De ahí en adelante, la obra se va complejizando no solo en contenido sino, también, en su dramaturgia y forma.

Todo lo que nos quiere comunicar el texto no pierde vigencia. Y eso le permite tener cierta ventaja. Pero adolece el nuevo montaje, a mi entender, de una recontextualización, como mismo se hizo con elementos reales como el gramófono, en el original, y la sustitución del celular para tomar fotos, en vez de una cámara fotográfica.

Con un poco de criollismo la pieza ganaría en comicidad y en ese objetivo puntual del teatro como manifestación, que es el ser reflejo de la realidad más inmediata. Aunque es evidente que el tema de la guerra es tan vigente como el amor y la muerte, y que Cuba no escapa de esa eventualidad, porque estamos en guerra todos los días.

Dicha actualización del texto daría, también, una mejor soltura de los actores a la hora de la interpretación. No es lo mismo decir un bocadillo escrito en el siglo pasado y en un contexto para nada cubano, que soltarlo a boca de jarro desde la realidad más cotidiana como una descarga emocional, como la desgarradura del alma y sobre un podio legítimo.

Es solo una sugerencia y con ello no quiero decir que las obras originales no tengan que montarse tal y como vinieran al mundo.

Aunque las actuaciones en esta obra están espléndidas y parecieran andar sobre las tablas con cierto equilibrio, no hay actores por encima de otros en el dibujo de sus personajes y todos logran un trabajo grupal de excelencia y a tono con la estética de la agrupación. Asunto que me pareció meritorio sobre todo en estos tiempos donde la identidad cultural pareciera salirse de la Isla en pos de otros sueños.

Siempre habrá sus intermitencias, sus descollares. Es el caso de Mailin Cabrales Veliz en su Zepo muy orgánico y no tan deslindado de otras caracterizaciones que ha realizado a lo largo de su carrera. Quizás para algunos suene un tanto fuera de lugar la voz escogida para la construcción de su personaje y que está en la cuerda más infantil, como trabajada para el teatro de títeres. Pero se aviene bien con el tono absurdo de la obra y más con la psicología infantil de Zepo; además, de que le aporta cierta ingenuidad y lo establece dentro del rango etario juvenil.

Hay que deleitarse con lo que nos transmite la actriz con su cara, el movimiento de sus brazos y hasta con la posición de sus piernas dado el caso. Todo en ella habla, transmite, y desde la sinceridad más cándida.

El personaje de Zapo, interpretado por Leiter Vega Soto, deslumbra por su versatilidad y empleo de varios recursos actorales como la voz y el lenguaje corporal de una manera desenfadada, muy comunicativa, y con amplio dominio de la escena.

Su principal atributo, lo entiendo así, es el juego de voces con lo que logra no solo transmitir emociones, sino, también, armar a su personaje con una psicología fresca, casi ingenua, muy juvenil.

Yurima Aliaga Quesada, en el papel de la Señora Tepán se muestra elegante y muy comunicativa, a la altura del Señor Tepán, que interpreta Marcos Etián Carvajal y que brilla en su comicidad y delirios por los caballos de guerra.

Con un papel secundario, importante a la altura del montaje, Giraldo Alfonso Pérez vuelve a escena encarnando a otro tartamudo que nos saca las risas y continúa en su cuerda preferida que es el humor.

El espectáculo en sí consigue transmitir el mensaje antibélico y lo hace de manera graciosa, pero podría ser más jocosa, a lo cubano.

De esa manera, quizás hasta podría pensarse en otro montaje, porque hasta la música tendría los pies aún más sobre el suelo de esta tierra que produce la caña de azúcar y el guarapo.

¿Hace una buena entrada al 2025 Teatro Primero? Para como están las cosas desde la teatralidad en Ciego de Ávila, soy de los optimistas que cree que sí, lo consigue. Necesita una temporada de sucesivas puestas para que el público nuestro sea el que, en definitiva, diga la última palabra.

Tomado de Invasor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *