«¿Su marido, cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, curaba a los heridos? ¿No fue, sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol? ¡Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de Maceo con su pañuelo a la cabeza, y se le acababa el temblor! ¿No vio a su hijo levantarse de la camilla adonde perecía de cinco heridas, y con una mano sobre las entrañas deshechas y la otra en la victoria, echar monte abajo, con su escolta de agonía, a sus doscientos perseguidores? Y amaba, como los mejores de su vida, los tiempos de hambre y sed, en que cada hombre que llegaba a su puerta de yaguas, podía traerle la noticia de la muerte de uno de sus hijos. ¡Cómo, la última vez que la vio Patria contaba, arrebatando las palabras, los años de la guerra! ¡Ella quería que la visita se llevase alguna cosa de sus manos; ella lo envolvía con mirada sin fin; ella lo acompañaba hasta la puerta misma, -premio más grato por cierto, el del cariño de aquella madre de héroes que cuantos huecos y mentirosos pudiese gozar en una sociedad vil o callosa la vanidad humana! Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra: -¡Madre!».
(José Martí)
Tomado de Granma y Cubadebate