Debiera ser un día de fiesta, para celebrar la vida de esos pequeños seres que encierran la pureza y esperanza del futuro, pero el Día Internacional de la Infancia, instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en honor a la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño, en 1959, y a la Convención sobre los Derechos del Niño, en 1989, es, este 1ro. de junio, cuando menos, una jornada para concienciar a las personas sobre la necesidad de proteger al sector más vulnerable de la sociedad y trabajar por su bienestar y desarrollo.
Millones de niños están sometidos hoy en el planeta a los horrores de conflictos armados como los de Palestina o Ucrania, a la esclavitud y la prostitución, el matrimonio, el acoso y la segregación, o el desplazamiento de sus sitios de origen sin garantías para su salud o educación.
Cuba puede sentir el orgullo de que ninguno de esos infantes que duermen en las calles, padecen la desnutrición o son víctimas del tráfico de órganos, es cubano; no obstante, sus hijos también padecen las consecuencias de un bloqueo genocida e inhumano por la mayor potencia del mundo, Estados Unidos, que obstaculiza el acceso a medicamentos y artículos de primera necesidad.
Protegidos por el cuerpo legal creado por la Revolución a lo largo de su historia, los pequeños de la Isla reciben el amparo, además, de otras disposiciones como los códigos de las Familias, del Trabajo, y de la Niñez y la Juventud, así como la Ley de la Maternidad, que los colocan en el centro de atención y garantizan su supervivencia, desarrollo, protección y participación en la sociedad.
Pero no es suficiente. Hoy es un día para llamar la atención sobre la situación de los niños y niñas más desfavorecidos del planeta, para reclamar el cumplimientos de sus derechos y reinventarles un mundo mejor.
A la niñez, dediquemos los mayores cuidados hoy y todos los demás días de cada año, porque ella representa el futuro de la humanidad. Es nuestra esperanza.
Tomado de Invasor