En todos mis mundos inventados, existen años que terminan, y otros que se acercan como promesas de que los nuevos comienzos incentivan a andar mirando al cielo, con la vista en lo alto, sin temores malsanos, intentando desterrar la incertidumbre por lo que nos espera; enfocados en hacer de cada día ese lugar donde merecemos habitar.

Mantenernos con la mente y el alma luminosas, pese a todo y a tanto, puede parecer, y hasta serlo, una misión para titanes, porque no es bueno ni fácil acostumbrarse a los sinsabores que aparecen y persisten, cuando llegan a instaurarse en nuestro entorno como malos augurios, señales indeseadas, como muestra de que el mal puede estar acechando.

Romantizar los finales de años, abrir el alma y los mejores deseos a otro que nos llega recién hecho, abrazarlo como quien acoge un oloroso bebé en su regazo, puede acercarnos un poco más al estado de bienestar por el que lo intentamos todo.

¿Quién no sabe que en ese instante que separa un año del otro no cambiamos nada; que ese segundo es uno más en el reloj imparable de nuestra existencia; que asistimos a ese primer día exactamente iguales, quizás en el mismo punto del que no hemos logrado salir desde varios calendarios deshojados?

¿Quién, cuando aprovecha ese instante para lanzar sus deseos al viento, para abrazar fuerte a sus amados, para pedir fuerzas, determinación, coraje para salir ileso de los millones de segundos que nos esperan como un gran regalo, lo hace con la certeza de que todo será como anhela, como lo ha dibujado en sus deseos y necesidades?

¡Nadie! No podemos tener esas certezas; sin embargo, sí estamos en la obligación siempre hermosa y salvadora de reinventarnos, de estar en esa suerte de ir reacomodándonos y hasta zurciendo el anhelo rasgado; acoger con alegría lo que nos llega sin haberlo pedido, y hasta posponer para próximas jornadas lo que en otras no alcanzamos.

En tiempos tan difíciles para nuestra Cuba, en medio de dificultades agobiantes, cercados, desanimados tantas veces, cualquiera llegaría a pensar que bajar los brazos y dejarse llevar a donde el destino quiera, puede ser una solución. Pero existen muchas otras.

Levantarnos cada día sabiéndonos responsables de nuestro destino nos acercará a lo que buscamos; sabiendo que, en hacer el bien, en servir, están las claves para sanar a nuestra nación amada, tantas veces sufrida; que ser parte de las soluciones nos aleja de los problemas, y nos mantiene con las energías acumuladas, para insuflar aliento a quienes solucionarán los que no nos sea posible por nosotros mismos.

Tocar las puertas necesarias, quejarnos ante la desidia, el abandono de algunos que entorpecen el esfuerzo común, que manchan la obra hermosa levantada por tantos, sin esperar recompensas. Esparcir la gratitud ante las pequeñas cosas que nos son dadas, merecidas siempre, pero difíciles de lograr, mejorará el paisaje para todos y puede hasta hacernos olvidar el cansancio.

Un año recién hecho es siempre un regalo en el que cabemos todos, al que tendríamos que llegar necesariamente con el espíritu despierto, con las ansias de alcanzar lo bueno y bello a flor de piel, con la mirada puesta en Cuba que necesita de sus hijos, y que merece ser mimada como la madre generosa que es.

Un año que comienza puede ser el mejor de los años, siempre que en el último segundo del que se despide lancemos al universo todas las peticiones de nuestro corazón y, después, cada uno de los instantes que nos esperan como puertas abiertas sean llenados con el trabajo incansable y la alegría que se necesita para alcanzarlo todo.

Tomado de Invasor

 

 

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