Siempre que un escritor publica un libro, es como si le naciera un hijo. Así celebra, desde sus redes sociales de Internet, Roberto Delgado Mejías su más reciente retoño de haikus, A la sombra del almendro, salido bajo el sello digital de Laia Editora Argentina en este 2024.
Si bien Roberto también incursiona en la narrativa, y de ello da fe una publicación suya en las páginas de este diario, los haikus se le dan de manera orgánica y cargados de belleza.
A la sombra… es el magnífico exponente de la realidad hecha palabras, recursos poéticos, kigo (palabra estacional) y kireji (corte poético) y con una laboriosidad que ya da sus frutos.
Estamos ante la presencia de haikus contemporáneos con una notable conexión entre la naturaleza y lo cotidiano. Se puede intuir que sigue las tradiciones clásicas de este género poético, pero, al mismo tiempo, se le introduce un enfoque moderno y personal.
El libro está conformado por seis partes, como ya es habitual en la poesía, y cada una sigue una misma estructura de haiku, poema en prosa, seguido de otros haikus, aunque difiere en el número de textos que las componen. Así tenemos, Los relámpagos, Lluvia de mayo, Las flores del framboyán, Las blancas garzas, A la sombra del almendro, ¡Ah! ¡El Mar! ¡La playa!
Los haikus de Mejías destacan por captar momentos breves y fugaces que invitan a la reflexión sobre la impermanencia, uno de los temas centrales en la poesía japonesa. Cada uno de los poemas aquí elaborados muestra un profundo respeto por la naturaleza y, al mismo tiempo, introduce sutiles observaciones sobre la fragilidad de las experiencias humanas.
De ese modo, la naturaleza y lo efímero están latentes como leitmotiv, en Bosque en otoño o Sobre la arena. Mejías conecta con la idea de lo que un día será borrado de este mundo. Las hojas secas arrastradas por el río o el castillo de arena a salvo de las olas son metáforas de cómo todo en la vida está en constante cambio, pero se valora por su brevedad.
Bosque en otoño
En la corriente del rio
las hojas secas.
En otros haikus, como Vuelan papeles y Sin hojas el ciruelo, expone, cual buen fotógrafo, escenas del día a día. Parecieran sutiles soplos de ventura, pero van cargadas de significados poderosos. La sonrisa de una mujer despeinada por el viento, o la imagen de una bijirita en una rama, revelan su habilidad para encontrar poesía en lo más común, conectándonos con un universo íntimo y personal.
Vuelan papeles
A una mujer, que sonríe
despeina el viento.
Con sobrada maestría, este poeta maneja los recursos clásicos del haiku con sutileza y poder de síntesis. Se regodea en el uso de imágenes claras, concisas, que apelan a los sentidos y a la contemplación. Los kigo o palabras estacionales, aunque no siempre explícitos, juegan un papel crucial en situar al lector dentro de un momento determinado en la naturaleza. Los kireji o cortes poéticos permiten la introducción de giros y cambios de perspectiva que invitan a la meditación sobre lo que no se dice, pero se sugiere.
Es evidente que aquí cada haiku es una ventana a una pequeña verdad, y somos arrastrados a un espacio de calma y reflexión. Destreza del escribano por lograr que lo efímero y lo cotidiano se conviertan en objetos de contemplación profunda, donde la brevedad de las palabras refleja la fugacidad de las experiencias.
Así este libro, que respeta las tradiciones del haiku japonés, pero aporta un enfoque moderno que invita a la introspección, la observación aguda del mundo natural y lo cotidiano para crear una serie de haikus que resuenan por su simplicidad y profundidad, se vuelve un arma poderosa.
Estamos ante una invitación a detenernos por un instante, mínimos si se quiere, para observar lo que lo nos circunda y encontrar belleza en lo fugaz.
El propio autor, en las palabras introductorias del libro nos declara: “Del haiku había escuchado, pero quizás por desconocimiento, nunca me interesó.
“Hasta, un buen día, el narrador y poeta Lázaro Díaz Cala impartió un curso, en Ciego de Ávila, en el que resulté el discípulo aventajado. A partir de ese momento el haiku me cautivó. Vuelvo a Matsuo Bashö, ‘el haiku es un camino para aprender a mirar el mundo’. Eso sucede entre el haiku y yo. Me ha enamorado y ha logrado en mí un mayor afecto por la naturaleza, a su contemplación, a observar el comportamiento de los animales, las plantas, las nubes en busca del detalle que me brinde poesía para un haiku”.
Tomado de Invasor