A Humberto del Río la fotografía se le da como el pan al horno. Y no deja de sorprendernos cuando, en los distintos salones de artes visuales en la provincia, sus obras son reconocidas tanto por el espectador como por el cónclave de especialistas en la materia. En esta oportunidad, tenemos la exposición personal Entre luces, en la galería Azagaya de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y a uno no le queda más remedio que sucumbir ante ese derroche de ingenio y talento.
Alrededor de 10 obras, de dimensiones variadas e impresas en tela, pueblan las paredes de ese recinto. Y son las que ya hemos visto en los distintos certámenes en que se han exhibido. Como en otroras ediciones del salón de paisajes Eduardo Martínez, y en el Raúl Martínez.
Lo primero que a uno le podría atrapar de estas fotografías es su tamaño. Luego el colorido, y casi por último, la arquitectura avileña tan reconocible como nuestra. Elementos que dan a la sazón de una obra muy visible y elegante, hermosa y distinguible. Muy pocos no han de sentirse identificados con el correlato que muestran, porque se trata de la arquitectura avileña desde una mirada sui géneris.
Con el empleo de las deformaciones, desenfoques, las manchas y algo semejante a las pinceladas de óleo sobre el lienzo, entre otros recursos, este inquieto artista del lente nos ofrece su auténtica visión de una ciudad que no se ha resistido al paso del tiempo y como que marcha a su lado.
Así somos testigos de una arquitectura clásica, con amplias columnas y medios arcos, puntales altos, aceras y un tendido eléctrico preponderante propio de las ciudades que aún se resisten al afeite y al mimetismo.
¿Qué nos parece decir Humberto con este tipo de imágenes? Muchas cosas, pero a uno como que le viene de golpe a la mente la idea de que esta ciudad flota en la ambigüedad, entre lo moderno y lo antiguo. Es conservadora, pero, a la vez, ha cedido paso a los atributos más contemporáneos.
Con el tratamiento del color, también, se refuerza esa idea del pasado que no muere, que es tan nítido como el moho en las paredes más viejas, o la destrucción de unos portales o de un cielo que se cae a pedazos.
Y ese tratamiento del color hace que la expo alcance una coherencia y solidez extrema. Porque todo fluye en esos tonos ocres, naranjas, tierra y grises.
También, hay muy poca claridad en este muestrario citadino. Lo que contrasta, perfectamente, con el concepto de la expo. Porque si bien es cierto que sin la luz no habría formas en el mundo, por ende, no existiría el mundo tal y como lo vemos; y no es menos cierto que ella tiene una poderosa significancia en cuanto a la antagonía y la lucha de contrarios.
Y en este sentido, pareciera que la luz es la menos triunfante en cada una de las escenas retratadas por el fotógrafo.
Y es que a Humberto también le preocupa el ¿hacia dónde vamos como ciudad? Las respuestas posibles, esas que parece darnos, van acompañadas con total incertidumbre.
Nos pone la ciudad como es, más allá de su propio imaginario, de su recreación de la misma, pero nos la pone ante los ojos con la seguridad de lo que hemos hecho con esos techos, esas calles, con las señales del tránsito y con los múltiples sueños que se han tejido alrededor de esta arquitectura.
Si bien Del Río juega con la imaginería propia de un artista visual al transformar la foto con el software Ligthroom, de la familia Adobe, no deja de ser fotografía digital en su conceptualización más genuina. Solo dejaría de serlo si ha empleado cámaras analógicas.
Aunque echa a mano los recursos propios del mundo digital, este artista no desecha un desenfoque de movimiento a la hora de la captura, un plano de sombra, o un contraste extraño a los ojos del más conocedor, en donde se funde el elemento brilloso y pareciera brillar el más oscuro.
Todo va a tono con las historias que nos quiere contar con el andar nuestro por estas calles. Y nos va diciendo que la ciudad es bella con todo y sus mutiladas columnas; con todo y sus paredes modernistas, descascaradas por la falta de recursos para su terminación, como a la subida de Los Elevados; nos va hablando de quiénes la habitamos, gente humilde, hospitalaria, con ciertos recursos financieros, pero sin el afán de ostentarlo.
También este creador por excelencia, miembro de la UNEAC, parece permitirse el don de jugar con la realidad retratada. Y nos da algunas imágenes de una calle que no parece estar en la realidad, sino, en su imaginación. Porque es como que se amalgaman dos o más partes de la ciudad en una misma calle. Y a uno no le resulta sospechoso, solo se deja llevar por la visualidad, por el tratamiento de la luz y la sombra, por ese otro concepto de la vida misma en cada persona que transitó por ese asfalto y a esa hora del día en que fue apretado el obturador.
Y solo cuando se da cuenta de que algo no funciona bien, o no encaja, cuando pone a un lado el regusto estético y da alas al raciocinio. Entonces, es cuando se dice, “esa edificación no es de esa calle, ni este cartel pertenece a esa institución”, y comienza la fascinación, la maravilla de lo creado.
En lo adelante, uno vuelve a las fotografías buscando ese otro detalle que siga en la cuerda de lo irreal y a veces sin encontrarlo. Humberto es un artífice del buen retrato. Es un artista muy creativo. Pero es un creador en el sentido más estricto de la palabra, porque nos ofrece algo nuevo, fresco, completamente diferente. No abusa de la técnica o del lenguaje. Su contenido también evoluciona y va junto al tiempo con la ciudad a cuestas.
Tomado de Invasor