Tiene 31 años y es el vicerrector general de la Universidad de Ciencias Médicas de Ciego de Ávila (UCMCA). Algunos dirían que es demasiado joven para ser el número dos en una institución de este tipo, responsable de formar a miles de profesionales de la Salud Pública, pero el doctor Alejandro Valdés Torres cumple con creces las expectativas en él depositadas, y trabaja ―desde el pedacito que le corresponde― por el futuro del país.

En su oficina los teléfonos no dejan de sonar. Hay que interrumpir la grabación de la entrevista varias veces porque el tono del celular, o el del teléfono fijo, inundan el pequeño despacho y exigen unos minutos de atención. También tocan a la puerta, para hacerle alguna pregunta o recordarle que en breve tiene videoconferencia. Y, entre todo este caos oficinesco, uno acaba por preguntarse cómo alguien consigue trabajar todos los días.

Seguramente tiene su fórmula secreta, porque, cuando se pregunta por el doctor Alejandro, las referencias dentro de la Universidad siempre son buenas. Los estudiantes también coinciden en este juicio: no es raro encontrar en su oficina a varios de ellos, mientras intentan resolver algún problema. El vicerrector les habla con familiaridad, sin tanto protocolo ni distancias, y el asunto la mayoría de las veces queda solucionado.

“Es que todavía me siento uno de ellos”, explica el joven médico, y añade: “La clave está en que te apasione tu trabajo”.

―¿Por qué escogiste la Medicina?

―Prácticamente pasé mi niñez jugando en los pasillos del hospital de Morón, donde mi mamá trabajaba como farmacéutica. Así que no me fue difícil hallar la vocación entre batas blancas, pacientes y medicamentos. Crecí rodeado de médicos y, naturalmente, quise convertirme en uno. Hoy creo que fue la mejor decisión.

―¿Cómo fueron esos tiempos de estudiante?

―Llegué a la UCMCA en el año 2011, en la antigua Filial de Ciencias Médicas de Morón. Debido a las particularidades de aquel plan de estudios, el primer y el segundo años de la carrera lo pasamos en un policlínico universitario docente, donde aprendíamos la teoría a la misma vez que podíamos ver en práctica nuestra profesión. Ya en tercer año, comenzamos las rotaciones hospitalarias.

“Desde los primeros momentos de la carrera pude vincularme en las guardias médicas a diversas tareas ―acciones de enfermería, promoción y prevención de salud, trabajo en los consultorios, introducción a la Medicina General Integral―, lo que ciertamente fue muy útil, pues la mejor forma de aprender es hacer. Esa concepción aún se mantiene, aunque hayan cambiado los planes de estudios”.

―A tu juicio, ¿qué resulta más efectivo, que un estudiante de Medicina pase sus primeros años de carrera en un policlínico o en una universidad?

―Es cuestión del contexto. Estos planes de estudios no pueden ser estáticos, pues la universidad cubana debe atemperarse al escenario internacional, que hoy pondera una mayor autogestión del conocimiento por parte de los estudiantes.

“Un estudiante universitario debe ser capaz de organizar su propio aprendizaje y no quedarse solamente con lo que dicen los libros de texto de la carrera, o lo que se enseña en el aula: es fundamental que asimile las experiencias de otros colegas y las suyas propias, en el ejercicio de la profesión.

“De cierta forma, las ciencias médicas obligan a no quedarse únicamente con la teoría escrita, pues una misma enfermedad no siempre se manifiesta de igual manera en distintos pacientes. Ahí la experiencia adquirida con la práctica diaria juega un rol muy importante”.

―Pero, de querer ser médico a verse ya con un paciente delante, hay una diferencia enorme. La realidad casi siempre supera la imaginación…

―Claro, es muy distinto cuando ya no tienes el libro delante, y sí un ser humano vivo. Al principio, uno teme equivocarse, incluso en cuestiones que parecen tan sencillas, como una inyección. Tú conoces la técnica, pero te sientes un poco inseguro.

“Lidiar con los pacientes, y con sus familiares, resulta una prueba de fuego. Ellos esperan que puedas curar al enfermo, sin complicaciones de ningún tipo. Así que, por supuesto, es una experiencia fuerte, aunque siempre tienes la guía de tus profesores, los médicos, y terminas convirtiéndote en un puente entre el especialista, el paciente y la familia.

“El estudiante es el que primero llega a la sala y, junto con la enfermera, recaba toda esa información que permite entonces a nuestros especialistas llegar a un diagnóstico. Luego, cuando ya no tienes a nadie supervisándote, cuando eres tú el doctor, obviamente también tendrás miedo a equivocarte. Es parte del oficio”.

―¿Todavía tienes ese miedo?

―Por supuesto. En mi caso, que soy especialista en Anestesiología y Reanimación, un error puede poner en peligro la vida del paciente. Tengo muy poco margen a la equivocación. Por eso, resulta crucial el trabajo en equipo. Varias cabezas piensan mejor que una, y más en la Medicina, donde no existen héroes individuales, sino equipos multidisciplinarios que encarnan ese heroísmo colectivo.

“Siempre hay escenarios más complejos que otros. Por ejemplo, en la neurocirugía el trabajo del anestesiólogo se complica. Tienes al paciente totalmente cubierto de paños, y a ti te toca asegurar que siga llegándole oxígeno a los pulmones, a través de los equipos de respiración artificial”.

―Ahora te corresponde trabajar con los muchachos de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), pero un día fuiste uno de ellos…

―Desde mi primer año en la carrera, mis compañeros me seleccionaron para representarlos dentro de la organización, y esa fue una experiencia enriquecedora. Aprendí muchísimo: primero como presidente de brigada, luego como coordinador de la FEU en el Policlínico Universitario Norte, de Morón, y más tarde como presidente de la Filial de Ciencias Médicas. En tercer y cuarto años ocupé la vicepresidencia de la FEU a nivel de universidad, y en quinto me eligieron presidente.

“La FEU no fue solamente un espacio para ganar conocimientos y habilidades de dirección, también resultó ser una familia enorme, extendida por toda Cuba, que me marcó mucho en lo personal. Y el tiempo pasa: recuerdo que participé en el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes de Ciencias Médicas, y ya este año van por la octava edición.

“Hoy la FEU sigue siendo esa organización joven, entusiasta, pero que permite formar valores en los estudiantes universitarios, y ayudarlos a que aprendan lo que siempre decimos en nuestras aulas: que el médico que solo sabe de medicina, ni de medicina sabe”.

―¿Qué diferencias hay entre la FEU de tu tiempo y la de ahora?

―No tantas, porque las esencias se mantienen. Quizá los jóvenes de ahora son más impulsivos, más prestos a la acción y no meditan tanto las cosas: se lanzan. En cambio, nosotros éramos muy metódicos, y lo analizábamos todo… Pero los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres, y esta Cuba no es la misma de hace 10 años. Así que los jóvenes tampoco pueden ser los mismos.

―¿Cómo terminas siendo vicerrector?

―Me gradué en el 2017, y comencé a formarme como anestesiólogo en el hospital de Morón. Allí me fueron asignando pequeñas tareas de dirección, hasta que me convertí en reserva del cargo de vicerrector general de la UCMCA. Era una proyección a futuro, pero no pensé que fuera a ocurrir, y menos tan pronto.

“En mayo de 2022, cuando tenía 29 años, me nombraron vicerrector general, y comencé a dirigir a muchos de los profes que conocí en mis tiempos de estudiante. Todo un reto.

“Este vicerrectorado atiende unas cuantas áreas: extensión universitaria, relaciones internacionales, tecnologías de la información y las comunicaciones, organizaciones políticas y de masas… Además, tiene la misión de garantizar que los profesionales de la Salud en Ciego de Ávila tengan una formación verdaderamente integral”.

―¿Cómo es un día normal en tu vida?

―Ya ves, el teléfono no para de sonar. Siempre hay reuniones, videoconferencias, intercambios. A cada rato, tengo a los muchachos de la FEU aquí en la oficina. También imparto clases en la carrera de Enfermería, y una vez por semana trabajo como médico en el hospital, porque uno nunca debe alejarse de la profesión. A veces es difícil, pero me siento útil.

Tomado de Invasor

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