Cuando, de niño, se jugaba a las “casitas”, él no tuvo muñecas ni biberones. Él tenía que hacer el rol del “tipo duro” de aquel sueño infantil.
Tampoco su vientre acogió una vida, ni dos vidas. Él siempre estuvo cerca de la criatura, pero envidiaba a mamá, quien desde siempre tuvo más de los bebés, pero no olvida aquellos momentos de palpar la barriga de su amada y compartir con ella el futuro de ensueño.
No obstante, por eso se ofende cuando tiene que escuchar que el oficio de Papá es de cualquiera, y hasta meditar sobre por qué su Día no es tan enaltecido como el de las Madres.
Pero Osvaldo dos veces tuvo que asumir el rol de Madre-Padre, y dos veces la vida lo ha premiado por su desvelo. La palabra Papá, en Osvaldo Gutiérrez Gómez, adquiere una mayor grandeza.
No importa que en las sociedades patriarcales a los varones les toque ser los machos-machos y no los de la ternura, porque les exigen ser los que aseguran la economía y no los que acarician y aconsejan.
Pero un buen padre no se hace en bocetos, sino tras romper paradigmas, no importa que el destino le juegue la mala pasada de tener que asumir en solitario la educación de sus hijos.
Por eso, esta breve crónica no es para hablar del laureado caricaturista ni del excelente fotógrafo ni para quedar bien con el gran amigo; es solo para decir, por Andy y Diego: ¡Felicidades, Papá!
Tomado de Invasor