Imposible no pedir la paz y el cese de la guerra, para que no continúe el holocausto israelí en Palestina.

«No es inverosímil estimar que hasta 186.000 o más muertes podrían ser atribuibles al actual conflicto en Gaza». Según una misiva publicada en el sitio web de la prestigiosa revista médica británica The Lancet, el número de muertos en el territorio palestino en guerra con Israel, es muy superior a los más de 38 300 contabilizados por el Ministerio de Sanidad del enclave.

Y la mayoría de los heridos y muertos son niños, como para que no se perpetúe la especie humana en ese territorio.

Escalofriante.

Ante esa realidad desgarradora, miles avileños, en presencia de las principales autoridades del territorio, se reunieron esta mañana en el parque José Martí, en la ciudad capital, no para pedir perdón, si no en reclamo de una paz que debe llegar con urgencia, porque la guerra huele a exterminio.

Niños que son calcinados en el vientre de su madre, niños que no llegan al hospital porque ya casi todos los centros asistenciales colapsaron a los bombardeos, niños muertos bajo los escombros, niños a quienes se les dispara a mansalva o los cazan los francotiradores, mientras los soldados israelíes aplauden.

Los testimonios hablan: «Mis dos hermanas junto con todos sus hijos estamos indefensos. No podemos quitar este concreto pesado. Es demasiado tarde, incluso si los encontramos, ya deben estar muertos».

«Aviones de ocupación cometieron un nuevo crimen al bombardear una reunión de ciudadanos frente a la panadería Al-Sharq en la calle Al-Nasr, y atacar a las ambulancias en el lugar durante las operaciones de rescate y evacuar a los heridos y mártires».

«Israel ha matado en Gaza más niños que mujeres y hombres: más de 17 000 asesinados y 21 000 dados por desaparecidos».

Conmovedor.

Uno, que está lejos de Palestina, pero siente el dolor de ese pueblo como propio, sabe que la mayoría de los niños no vivirán para contar travesuras ni hablar de felicidad. Si escapas de los bombardeos, de los cohetes, es posible que no lo hagas de los soldados o de los colonos, también entrenados para masacrar y cazar a los palestinos, como si no fueron seres humanos.

Siempre habrá un peligro difícil de sortear. Desde 1948 es así. No es difícil imaginar que la formación de dos estados con diferentes intereses, uno de ellos sionista, que mantiene en llamas al Oriente Medio . Y no es un cuento sacado de la fantasía, ni narrado para sensibilizar a insensibles.

No es difícil imaginar las escenas reales: «Sobre la camilla, sentado, está Mohammed Abu Louli con los ojos completamente abiertos, perdidos. Su cuerpo menudo tiembla, al ritmo de su respiración. Sus ojos oscuros no brotan lágrimas, pero abarcan un mar de dolor. Está en estado de shock. Permanece así hasta que un paramédico le abraza por la espalda y rompe en llanto.

«Los colores del atardecer se mezclan con el humo que acaba de dejar un bombardeo israelí en Yarmouk, pintando una postal dramática. De entre las ruinas, sobre una camilla verde, dos hermanos entrelazan sus cuerpos heridos. Sollozan y agradecen a sus rescatistas.

«Por favor, mamá, dime que estás viva», repite sin cesar una joven aferrada a la camilla en el que trasladan el cuerpo inerte de su madre, envuelto en una tela blanca.

Además de la preocupación por lo que podría traer a las madres palestinas un embarazo o un parto, también les aterra las condiciones futuras en las que tendrán que criar a sus recién nacidos: con la situación actual en los refugios, la desnutrición, la falta de recursos y una guerra que no acaba, la esperanza de un panorama favorable para el crecimiento humano se ve dolorosamente cercenado.

Tomado de Granma

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