Nunca se lo propuso, pero hizo de su vida un eterno monumento al ejemplo. En madrugadas de cansancio y voluntad se aseguraban los pertrechos de La Sierra. El reto, agotador, era lavar las armas, envolverlas en sacos, cargarlas y luego rellenar con 30 000 naranjas, de cinco en cinco, y cuidando que no se estropearan, el camión que las llevaría a la montaña.

Con admiración, saboreaba contar el destacado luchador clandestino Luis Felipe Rosell cómo ella sobreponía su fuerza y ternura a aquella ardua labor, y luego, a la par de los hombres, rechazando con amabilidad el ofrecimiento de la dueña de la casa de compartir su cuarto, cogía un saco de yute usado y se tiraba hasta el amanecer en la hierba húmeda por el rocío.

Había nacido en Santiago, en el seno de una familia culta y acomodada, en la que los valores éticos, el amor, el respeto, el apego a la verdad, la austeridad y los sentimientos patrios decidían. Recibió una educación sin diferencias por razones de sexo y encontró en casa apoyo para desarrollar su vocación e intereses. Por eso, como solía significar su compañera de los años universitarios, Asela de Los Santos, escogía a sus amigos por los valores más que por su origen, raza o creencia, y a pesar de que tocaba el piano, sabía francés e inglés, manejaba, estudió ballet y guitarra clásica, nunca dio más valor a la etiqueta que a los sentimientos humanos ni hubo lugar en su vida para las banalidades.

Esa era Vilma Lucila Espín Guillois, la joven bonita y afable que se convirtió en la confianza de Frank País en el Santiago convulso y clandestino por su compromiso y osadía; la guerrillera que suavizaba duras jornadas de monte y guerrilla con viejas canciones cubanas y fue imprescindible en la impresionante organización del II Frente; la dirigente que, tras el triunfo del 1ro. de Enero de 1959 condujo una revolución de las mujeres dentro de la Revolución Cubana, empoderó su voz en tribunas y en la vida, y conquistó el respeto de los hombres.

La joven sensible y apasionada, con una bella voz de soprano, disciplinada y elegante; la capitana del equipo de voleibol de la Universidad de Oriente (UO), la abanderada de las manifestaciones

estudiantiles en las calles santiagueras, que sabía escuchar a las personas, se diseñaba su propia ropa, adoraba el verde como su color preferido, disfrutaba la vida en familia, le hacía feliz que las cosas se hicieran bien, y no toleraba las mentiras ni las malas palabras.

Ser cubana era para ella «privilegio que honra y compromete, (…) e implica seguir las huellas, defender el legado de dignidad y coraje de quienes (…) identificaron su Patria y decidieron hacer a Cuba libre, independiente y soberana».

Han contado sus allegados que una tarde al regresar de una excursión en la UO, de cuyas aulas egresó como ingeniera química industrial en 1954, y de donde emergió como la revolucionaria convencida, dos profesores le preguntaron qué iba a hacer de su vida. «Luchar por la verdad y la justicia», fue su mejor respuesta.

Y eso fue su existencia toda: una batalla a favor de los sueños y de un futuro de empeños y oportunidades. Con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano o la Sierra, se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer, una batalla más difícil que las propias luchas libertarias. Fue la dirigente capaz de atarse a un winche y bajar hasta el corazón de una mina para ver en qué condiciones trabajaban allí los obreros y de diseñar ella misma la ropita o el mobiliario que debían usar los pequeños en los círculos infantiles que creó, para que estuvieran cómodos y seguros.

Demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no eran incompatibles y que la mejor manera de dirigir es trabajar sin pensar en el reloj, conmoverse ante el dolor ajeno, mezclarse con el pueblo para escuchar sus preocupaciones.

Desde el 18 de junio de 2007 no nos acompaña físicamente, pero su huella, intrépida y delicada nos cobijará siempre como esa mujer de luz y futuro que supo ser estirpe y sonrisa de la Patria.

Este miércoles, en su Santiago natal, mujeres de diferentes edades y generaciones evocarán su impronta, y en el II Frente, donde nos ilumina desde un monolito rodeado de helechos y califas rojas, recibirá el tributo hecho flor de las serranas por las que tanto luchó.

Tomado de Juventud Rebelde

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *