El Piña Colada 2025 finalizó con la garantía natural y acumulativa de ser el oasis de las ansiedades y de las expectativas más populares (incluso perentorias) de una población, cuyo Carnaval de las Flores feneció a partir la década de los ’90 con la crisis del entonces llamado Período Especial.

En otra nueva crisis no solamente energética, sino de agua, de insumos, de valores, de alimentos y de precios abusivos, entre otras carencias y tribulaciones, tal festejo musical se entroniza como la panacea que fusiona lo culto con lo popular, en dos epicentros demográficamente puntuales: los municipios de Morón y de Ciego de Ávila.

Ante el actual contexto socioeconómico criticar los puntos débiles del Piña Colada pareciera casi un sacrilegio, una blasfemia para el común de una ciudadanía ávida de recreación y de entretenimiento, de solaz esparcimiento y de cultura espiritual, y nunca de idolatrías reduccionistas.

La concepción del evento continúa siendo integradora y múltiple. Fortalece, de hecho, justas alianzas entre el talento local y parte de de nuestro pentagrama musical. Ejemplos vehementes de tales méritos fueron, por ejemplo, las Jornadas de Música de Concierto y de Agrupaciones Vocales Coral Ávila, incluidas las expresiones más novísimas de la trova que promueve la Asociación Hermanos Saíz.

Cada quien disfrutó de sus gustos y de sus preferencias. No me cabe duda alguna. Tampoco haré hincapié en conciertos contundentes como el de la Orquesta Failde, o el de Ivette Cepeda, o el del Buena Fe en el Mulato Acelera’o, incluidos representantes del patio como las agrupaciones Golpe de Suerte, o La Familia, o Cohibason, o el de nuestras vocalistas insignes en los Jardines de la Uneac, por solo citar mis gustos más particulares.

Punto y aparte para las Jornadas de Música de Concierto y de Agrupaciones Vocales Coral Ávila, las cuales no se presentaron en la Logia Masónica como se anunciaba impreso en los plegables de programación, sino en dos de los más estrechos salones de la Uneac, interrumpidos inexorablemente por el estentóreo ajetreo de transeúntes, de motorinas “reparteras” y de vendedores ambulantes de todo cuanto pregonarse pueda: pan, cigarros, maní, dulces, en fin…

Tampoco escapó al estentóreo ajetreo, la sala de la Iglesia Bautista Enmanuel, la cual acogiera como anfitriona el concierto vespertino del viernes para beneplácito de quienes aprecian y disfrutan de la música coral como una de las expresiones más sólidas de la heredad musical cubana, y cuyo cierre sabatino fue, por vez primera, atravesando, en sinfónica comunión vocal, el boulevard hasta el céntrico parque José Martí.

En mi opinión, tanto la música de cámara como la coral constituyen unos de los principales aciertos del Piña Colada. Al decir de una de las invitadas, la Maestra Nelys Adriana Cañizares Sarasa, directora de Ensemble Vocal Musas de Villa Clara, la integración al festival de la música coral evidencia no solo la solidez y lozanía del movimiento coral cubano, sino también su impacto en la formación de públicos.

De hecho, para definir los públicos (segmentos metas) del Piña Colada habría que definir como público externo a toda Cuba a través del sistema de medios nacionales, en tanto el interno (el pueblo avileño, principal destinatario) tuvo acceso a los detalles del festival a través de los medios provinciales el día 31 de marzo, con una programación tan inestable y caótica en sus horarios y espacios como la realidad misma.

Una estrategia de comunicación coherente para un festival como el Piña Colada ya no es en Cuba un pretendido anhelo: está estipulado en la Ley 162 de Comunicación Social, razón por la cual sus públicos mixtos o intermedios, dígase aliados estratégicos como Cultura y Musicávila, entre otros gestores y servidores públicos, están en la obligación de planificar con ciencia y con creatividad los ejes temáticos y las principales acciones, así como su pertinencia y alcance en los ámbitos mediáticos, institucionales y comunitarios.

El Festival Piña Colada, con sede permanente en esta central provincia, constituye, sin lugar a dudas, uno de los sucesos culturales más importantes de la región central del país, pero para su futura mejoría precisa de una concepción comunicativa mucho más coherente con su principal destinatario, so pena de convertirse en el becerro de oro entre lo culto y lo popular, en vana idolatría de una de las expresiones más auténticas de nuestra identidad cultural: la música y, por extensión, del arte en su diversidad de expresiones.

Tomado de Invasor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *