Muchos escritores de la tierra, esos que en el aire las componen, pero les cuesta un mundo armar un libro de su propia obra, acceden a que otro escritor o editor les prepare un volumen de todo lo escrito o dicho por ellos. Recuerdo los casos de Ileana Álvarez, Francis Sánchez, Herbert Toranzo y Carmen Hernández Peña, por solo citar algunos; y de esos autores “iluminados” por la gracia divina como Modesto San Gil, Pablo Díaz, Volpino Rodríguez, Ibrahin Doblado del Rosario, y otros.
Esa gestión literaria es genuina y legítima, tanto si parte del creador como de la editorial interesada en salvaguardar un determinado patrimonio literario, y publicar un libro que será éxito de ventas al seguro. Armar ese volumen, darle cuerpo y cabeza, ponerle un nombre y corregir o aumentar con la propia creatividad del autor cada página, es bien distinto a cuando se construye un libro 100 páginas con solo cinco del propio autor.
A lo primero se lo paga la propia editorial, por oficio o salario; lo segundo, no se paga con nada. Y en ese caso, lo peor es que pase el tiempo, el autor dejé este mundo, y nadie se pronuncie para hacer justicia literaria. El caso que alumbra este texto es el del volumen Kármicas, de Ibrahin Doblado del Rosario y publicado en el 2001 por una Ediciones Ávila que recién se adentraba en el sistema de ediciones territoriales (Riso) y cuyo modo de trabajo todavía estaba inmaduro.
Por esa época Carmen Hernández Peña, editora, recibió de las manos de Ibrahin los manuscritos en estado caótico de conservación de algunos textos que ella misma sostiene “no sobrepasaban los 5 o 6 poemas tanto en verso como en prosa”. Y ella decidió armarle un libro al ya difunto escritor de Sueña Miguelito, sueña, Relatos de Turiguanó, entre otros. Poco a poco, y con la misma consagración de una obra propia, la editora corrigió primero los originales existentes y, luego, de contaminarse con el estilo de Ibrahin, comenzó a tramar un cuaderno que mezclaba géneros a golpe de ingenio, con asuntos de índole metafísica, budista, cristiana, materialista, y un largo etc.
Así fue naciendo este destacadísimo ejemplar que fue un éxito de ventas y agotó casi enseguida sus 500 ejemplares con un diseño bajo la dupla de Ángel Lázaro Sánchez y José Arrencibia.
Este volumen no recibió todo el agasajo público que merecía, pero le sirvió a Carmen como preparación narrativa para sus futuros libros de cuentos y novelas. Más de uno siguen la impronta de esta narrativa al borde del caos, hecha a retazos, echándole mano a todo lo que se asemejara a la manera de pensar de Ibrahímny de Carmen. Casi en secreto, ya se gestaban los ejemplos de Zumba la curiganga (2003), El libro de Camila Rosa (2015), Farola y otros ahorcados (2005), por solo mencionar algunos.
Y el estilo carmensiano en Kármicas, se nota a pulso, desde algunos poemas hasta la parte final del volumen llamada, Testimonios. La manera de ponerle nombre a los personajes nos hace recordar la realidad del Farola y otros ahorcados. Así como otros lugares y personajes que nos recuerdan a personajes de En este pueblo no hay antílopes (2008). Y en el libro construido en coautoría con Ibrahin, para ser honor a la justicia, su narrativa se desborda porque tiene de pueblerina y de mágico religiosa. Tiene de asombrosa y de conversacional. Además de que la sintaxis, la forma de poner puntos y comas, el titulaje, entre otros recursos, nos remiten directamente a la producción literaria de Carmen.
De cualquier manera, muchos podrían objetar que estos recovecos literarios o guiños de estilo, podrían haber sido adquiridos a la inversa, o sea, de Ibrahin para Carmen. Y que a estas alturas de la vida, 24 años después, la memoria de Hernández Peña le podría estar jugando una mala pasada. De ser cierto esto último, colocarla cómo coautora de Kármicas sería, de alguna forma, una injusticia y, peor aún, sin derecho a réplica porque Doblado del Rosario, ya está muerto y bien enterrado.
Para colmo de males, de sus manuscritos ya no queda nada. Siquiera el original que desde la computadora de ediciones Ávila se editó y procesó. Lo más curioso, uno de los diseñadores y más cercanos amigos de Ibrahin, Ángel Lázaro Sánchez, también pasó para la orilla del otroro mundo. Y en vida, nunca me habló del asunto. Otros amigos, también testigos, pudieran dar su parecer, su testimonio, pero casi todos están muertos.
Ahora bien, yo que vivi en esa época bastante cerca de la editorial y que entré a trabajar como diseñador en el 2002, casi heredé el trabajo de aquellos diseñadores y creo recordar que en algún momento tuve en mis manos esos manuscritos, pero en la época feliz en que Sergio González Castro y Yamilet Tabío Rodríguez eran los demiurgos de Ediciones Ávila. Recuerdo las hojas gacetas manchadas y húmedas. Recuerdo la letra de Ibrahin escritas a lapicero. Recuerdo que eran poemas, breves poemas, pero muy pocos. No creo que dieran para llenar un libro de 100 páginas. Cuando se publicó, finalmente, jamás pensé que su autor pudiera escribir tanto. Y cuando lo leí, casi diez años después, ya en la muerte de su “autor”, nunca sospeché nada. Hasta que la propia Carmen comenzó a llenarme la cabeza de suspicacia y asombros. Entonces comencé a verlo todo de otra manera. Pero nunca se aclaró, bajo ninguna circunstancia, ni en prólogo, portadilla o página legal, la coautoría de Carmen Hernández en esta producción libresca. Lo cierto es que la propia editora ha declarado “que prefirí servir que distinguirme, para que el pobre Ibrahin obtuviera todo el mérito por la obra”.
24 años después, quizás la justicia literaria ya no resulta ni tan efectiva, ni tan necesaria. Ha pasado mucho tiempo. Quizás ahora lo más factible sería hacer una reedición de Kármicas y colocar, al fin, desde la misma cubierta, los nombres de Carmen Hernández Peña e Ibrahin Doblado del Rosario, como los sempiternos autores de este raro, pero hermoso ejemplar que prestigia con su belleza y originalidad los anales de la literatura avileña.