Las derrotas de los Tigres ante los Indios de Guaso por diferencia de una carrera en esta serie particular han encendido las alarmas entre los seguidores avileños.

Lo que estamos viendo es el talón de Aquiles de casi cualquier equipo joven en el deporte, pero que en el béisbol se ratifica aún más.

En el béisbol, a diferencia de otros deportes más fluidos, el «tiempo muerto» entre lanzamientos y jugadas es enorme. Ese silencio, esa pausa, es el caldo de cultivo perfecto para la presión mental.

Para un equipo experimentado, ese tiempo se usa para recalibrar, para respirar y para mantener la concentración. Para un equipo joven como el Avileño y en plena formación, ese mismo tiempo se llena de ruido interno: el miedo a fallar, la ansiedad por hacer demasiado y la conciencia abrumadora de que un solo error puede costar el partido.

En los partidos «pegados» o «de una carrera», como los que han perdido ante Guantánamo, se evidencian varias cosas:

La ofensiva se vuelve impaciente. Los bateadores jóvenes, sintiendo la urgencia de conectar, abandonan su disciplina en el home y no tienen la frialdad para esperar el pitcheo que les favorezca.

En partidos pegados, en defensa, cada rolín, cada fly, se convierte en un momento de terror. En lugar de jugar de forma natural e instintiva, los jugadores piensan demasiado.

Un error en un partido 10-0 pasa desapercibido; un error en un partido 4-3 se siente como una losa. Eso genera más tensión y, en un círculo vicioso, aumenta la probabilidad de que ese error ocurra.

En los equipos con veteranía, siempre hay un jugador que calma las aguas: un lanzador que pide tiempo y reúne a la infield, un jardinero que da una palmada y una palabra de aliento. En equipos en formación, esa voz de la experiencia a menudo no está, o no tiene el peso suficiente para calmar la tormenta mental colectiva.

Lo que le ha pasado a Ciego de Ávila ante Guantánamo es un rito de paso doloroso pero necesario. Estos partidos apretados, aunque se pierdan, son la mejor escuela.

Cada derrota por diferencia mínima es una lección almacenada en la memoria colectiva del equipo. Con el tiempo, esos rolings que no se fildearon, o el batazo que no llegó a la hora de la verdad, se convertirán en experiencia.

Estos peloteros jóvenes aprenderán a manejar los silencios, a disfrutar de la presión en lugar de sufrirla, y a entender que en el béisbol la calma es un superpoder. Es un proceso de maduración forjado a fuego lento.

La derrota duele hoy, pero es la inversión que pagará dividendos en las próximas series nacionales, cuando estos jóvenes atletas se conviertan en veteranos hechos, con la experiencia para guiar al próximo equipo novato.

El talento está ahí; ahora toca templar el carácter y hacerse sobre la marcha.

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