Quizás pocos artífices de las Artes plásticas en la ciudad de los portales puedan ser llamados como reyes en el manejo del papel ante la creatividad que permite el collage.

A la memoria me vienen algunas obras de los moronenses Jorge Báez y Leonidezs Lazo, con el papel como textura y componente esencial. Pero no creo que estén a la altura estética ni consigan la maestría que ya Quiñones tiene lograda.

Y es lo primero que reluce cuando estamos ante una colección de su extensa producción que abarca una veintena de años de duro bregar.

Su exposición personal en la galería Azagaya de la Uneac, Punto de Vista, despliega una poderosa narrativa visual que fusiona técnicas de collage con una aguda sensibilidad social y política, evidenciando un discurso estético profundamente enraizado en la identidad cubana. A través de las obras presentadas, Quiñones —quien ya ha demostrado en otras muestras un dominio singular del lenguaje gráfico y tipográfico— nos invita a repensar la función del arte como vehículo de memoria y resistencia.

Un lenguaje gráfico intencionado

Desde el cartel de entrada, la muestra se define a sí misma con una paleta restringida de amarillos, negros y blancos, jugando con contrastes tipográficos que evocan una estética retro, casi de imprenta artesanal. El diseño del título “Punto de Vista” establece de entrada una tensión entre lo formal y lo manual, entre la estructura rígida del bloque tipográfico y la calidez de lo manuscrito. Esta introducción es una pista visual de la dualidad que impregna toda la muestra: lo racional frente a lo emocional, lo colectivo frente a lo individual.

Collage como crítica y poesía visual

La segunda imagen, a mí juicio la obra más potente del conjunto, presenta una serie de escaleras quebradas y distorsionadas que se alzan hacia una bandera cubana. Armada con recortes de textos impresos, no solo señala el peso de la palabra escrita en la historia de Cuba, sino también las fracturas y obstáculos que enfrentan los procesos sociales y personales de ascenso. Las escaleras torcidas, precarias, incluso imposibles, pueden leerse como una metáfora de la lucha constante por alcanzar ideales que parecen inalcanzables. El uso de la bandera nacional en la cúspide introduce una lectura política inevitable, donde la patria se convierte en un horizonte aspiracional y cargado de ambivalencias.

Rostros de papel, mujeres de resistencia

La tercera obra exhibida reúne tres retratos femeninos construidos también a partir de collage. Estas imágenes remiten al arte popular y al muralismo latinoamericano, con una clara intención de dignificar y visibilizar a las mujeres campesinas o trabajadoras. Las Lucías de Humberto Solas. El uso de textos como textura de piel y cabello no es meramente decorativo: en cada rostro se inscriben palabras que dialogan con la historia, la identidad y la agencia femenina. Las flores que acompañan a cada figura acentúan un tono de esperanza y vitalidad, pero también pueden interpretarse como símbolos de resistencia silenciosa.

Pero no voy a reseñar pieza por pieza. Ya casi termino.

Una mirada que interpela

Quiñones no se limita a ilustrar; interpela, provoca, confronta. Su manejo del collage no es simplemente técnico, sino profundamente conceptual. Cada recorte de papel, cada tipografía seleccionada, cada gesto gráfico, responde a una intención que se articula entre lo político y lo poético.

Sin el ánimo de cansar con cada juicio emitido, aseguro que estamos ante una exposición que no se mira pasivamente: se lee, se escudriña y, sobre todo, se escucha. Porque en el murmullo de los papeles superpuestos, en la fragilidad de las escaleras torcidas, en las miradas de las mujeres retratadas, hay una voz que habla de Cuba, de sus luchas, de su memoria… y de su futuro.

Una propuesta sólida, conmovedora y técnicamente refinada que reafirma a Quiñones como una voz indispensable en el panorama del arte cubano contemporáneo; cómo el rey del papel.

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