Que los sueños de justicia desembarcados días antes en una playa cercana, no encallaran en Alegría de Pío, tras el ataque sorpresa, tiene mucho que ver con los campesinos.
A esa fuerza, Fidel la reconoció entre los salvadores primeros del intento emancipador que estuvo a punto de sucumbir en aquel paraje inhóspito.
El líder rebelde habló de «la semilla insurreccional que se preservó en medio de constantes persecuciones del enemigo», y le atribuyó la salvación, entre otros factores, a la sagacidad del «primer campesino sumado a los sobrevivientes de la expedición del Granma».
Mencionó al entonces futuro Comandante de la Revolución y Héroe de la República. Y el nombre y hasta el rango de Guillermo García Frías llegan en plural, cual representación metafórica de un sector que, ignorado y avasallado en la Cuba de antes de 1959, hizo suya, desde la recóndita humildad de la Isla, la insurgencia emancipadora que la Generación del Centenario encarnó y encarna.
A la élite de Batista, en el juicio del Moncada, Fidel le expuso uno de los puntos de su programa revolucionario; le habló del mal vivir «en bohíos miserables, (sin) una pulgada de tierra para sembrar», de los cien mil agricultores pequeños, «que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla».
«Que tienen que pagar –dijo– por sus parcelas como siervos feudales; no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse».
Abusos tales, prácticas en la seudorrepública, vieron el fin con la Ley de Reforma Agraria rubricada el 17 de mayo de 1959, y profundizada después.
«Vamos a comenzar a darles la tierra por donde mismo comenzaron a quitárselas los conquistadores, por Baracoa», anticipó el Comandante en Jefe. ¡Por fin en manos legítimas, dueños al fin!
«Encendido en el filo del machete», un poeta vio de regreso a Niceto Pérez en el espíritu de la legislación rubricada, cuando el luchador campesino cumplía 13 años de asesinado a manos del latifundio en la Sabana del Vínculo, Guantánamo, al lado de un hijo de siete años.
Fue la Reforma Agraria el certificado de defunción de siglos de atropello sobre el campesinado cubano. Cabales ellos, juiciosos, supieron que La Revolución era suya. La respaldaron.
¿Cómo acortar distancia entre el esfuerzo y la meta, frente al colosal, pero ineludible apremio de producir para resistir, rodeado de presiones y asedios?
La respuesta está en la fidelidad, la misma que le salvó la vida a la Revolución en ciernes, y que jamás se ha desprendido de su lado.
Tomado de Granma