La matanza de Utoya, en Noruega, a manos del neonazi Anders Breivik. El asesinato de la diputada británica Jo Cox. El del activista por los derechos homosexuales Zak Kostopoulos en el centro de Atenas. La reunión anual cada 16 de marzo en Riga para honrar en el Día de la Legión Letona a los letones que sirvieron en las Waffen-SS.

Las amenazas de muerte al eurodiputado Guy Verhofstadt por parte del grupo neonazi Feuerkrieg Division, o la agresión a la eurodiputada Eleonora Forenza por participar en una manifestación antifascista en Bari, Italia. O las batidas de hooligans franceses contra los fans marroquíes en la semifinal del Mundial de fútbol.

Europa suma años preocupada por el auge de la violencia y del odio de grupos de extrema derecha y neofascistas. Ya en 2017, el por entonces comisario de Seguridad, Julian King, alertó sobre la creciente amenaza del extremismo violento de derecha y afirmó que no conoce ningún Estado miembro que se librara en mayor o menor medida de esta lacra.

Ese mismo año, la Agencia de la Unión Europea para la Cooperación Policial (Europol) constató que el número de personas detenidas en relación con delitos de este calibre se duplicó en Europa. Y desde entonces la tendencia no solo no ha bajado, sino que se ha consolidado.

El año pasado, la agencia situó el extremismo violento de derechas como uno de los principales riesgos para la seguridad europea y enfatizó que estos movimientos están cargados de elementos racistas o de odio contra las minorías. “El terrorismo de extrema derecha es una amenaza creciente en Europa”, ha reconocido recientemente Ylva Johansson, comisaria de Interior.

Las protestas que incendian esta semana las calles madrileñas en contra del pacto entre el PSOE y Junts por la amnistía están contando con notables elementos y consignas radicales. “Yo soy fascista”, saludos nazis o el Cara al Sol se han podido ver en Ferraz, sede del grupo socialista. Además, según recoge Público, entre los manifestantes había ultraderechistas vinculados a aficiones de equipos de fútbol como Ultrasur.

Violencia en el fútbol

Un fan del AEK de Atenas fue apuñalado en agosto por un hooligan croata antes de un partido de la UEFA. En 2017, miles de aficionados ultras del club Dinamo alemán se presentaron en el estadio con uniforme militar y en habituales ocasiones han hecho el saludo nazi. Dos años después, en otro partido de la liga germana, apareció una bandera rindiendo homenaje al neonazi Thomas Haller.

El ideario ultraderechista está en muchas ocasiones ligado con los sectores más radicales del mundo del deporte, y especialmente del fútbol. Entre los seguidores del Dinamo hay un número importante de personas que se declaran neonazis y simpatizan con la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) y del todavía más extremo Pegida.

“Si estuviésemos interesados en el fútbol, seríamos futbolistas”, dice un hooligan polaco con una pancarta de símbolos de extrema derecha.

“Aunque la mayoría de los fans radicales no apoyan a ideologías extremistas y la situación varía en los países de la UE, el extremismo de ultraderecha es un fenómeno prominente y en aumento en los grupos ultra y de hooligan”, señala un informe distribuido por la Comisión Europea, que reconoce los vínculos frecuentes entre estas personas y los disturbios relacionados con el discurso del odio, intolerancia o cánticos extremistas.

En 2018, una resolución del Parlamento Europeo pidió a los Estados miembros y a las federaciones deportivas nacionales, en particular los clubes de fútbol, que “contrarresten la lacra del racismo, el fascismo y la xenofobia en los estadios y en la cultura del deporte”.

Por aquel entonces, la Eurocámara expresó “su honda preocupación ante la creciente normalización del fascismo, el racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia en la Unión” y “su inquietud ante las informaciones en algunos Estados miembros sobre casos de colusión de líderes políticos, partidos políticos y fuerzas de seguridad con neofascistas y neonazis”.

Desde su nacimiento en el medievo, los primeros partidos de fútbol incluían altas tasas de violencia. Allá por el siglo XIII, cientos de hombres se batían en los campos con sus rivales en una práctica que muchas ocasiones servía para saldar cuentas o resolver disputas con los rivales.

Según un estudio de Social Issues Research Center, Italia, Alemania, Países Bajos y Bélgica son los países de la Unión Europea que han registrado un mayor número de episodios violentos en la cancha.

Les siguen, a menor escala, Austria, Suecia, España y Dinamarca. En este último, en la década de los ochenta comenzó a tomar fuerza un movimiento bautizado como Roligans, que buscaba promover una cultura de fútbol en los estadios alejada del tradicional hooliganismo.

“En Francia y Suiza, el teatral y extravagante estilo italiano de apoyo, pero en gran medida sin las hostilidades apasionadas, ha reemplazado al más violento, estilo inglés”, se afirma en el documento.

Ultras en la música

Otro de los sectores en los que estos grupúsculos han destacado en los últimos años es en la industria musical. Bandas que proclaman en festivales y a través de sus canciones contenido xenófobo y de incitación al odio y a la violencia. El año pasado, la localidad belga de Ypres prohibió un festival nacionalista e identitario, porque el hervidero neonazi que lo acompañaba puso en alerta a las fuerzas de seguridad.

Alemania ha prohibido al grupo Hammerskins, un habitual en actos de extrema derecha que difundía letras racistas y antisemitas.

“Damos un golpe de efecto al extremismo de derecha y ponemos fin a las acciones inhumanas de una asociación neonazi activa internacionalmente”, afirmaron las autoridades. En el trascurso de ese veto, la ministra de Interior alemana, Nancy Faeser aseguró que el extremismo de ultraderecha “es la mayor amenaza extremista para la democracia”.

El país germano, donde este es un tema muy sensible, ha vetado a 20 organizaciones ultraderechistas. Entre ellos Combat 18, que organizaba conciertos y distribuía música con contenido extremista. El mes pasado, la policía española efectuó una redada a la filial de este grupo en nuestro país, deteniendo a una veintena de personas.

El número de bandas o cantantes que simpatizan con ideas neofascistas se extiende por muchos países europeos. Bronson fue fundado por miembros de Casa Pound, que se definen a sí mismos como “los fascistas del tercer milenio” y defienden en sus composiciones al dictador Benito Mussolini. Alemania y Austria también han prohibido la actuación del grupo Pantera, cuyo cantante es Phil Anselmo, conocido por sus saludos nazis y por ser altavoz del supremacismo blanco en sus conciertos.

(Con información de Público)

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