Es 1º de septiembre. Cuba se despierta con una sinfonía de pasos apresurados, risas infantiles y el sonido de mochilas llenas de sueños. Es el primer lunes del noveno mes del año, y la nación entera se viste de esperanza. Las calles se tiñen de azul, blanco y rojo, no solo por los colores de la bandera que ondea orgullosa en cada escuela, sino por los uniformes escolares que, como pinceladas patrióticas, dibujan el paisaje de un nuevo comienzo.
Desde temprano, madres y padres ajustan cuellos, alisan sayas y revisan útiles escolares con la ternura de quien entrega un pedazo de su corazón al futuro.
Los niños, con los ojos brillantes y la sonrisa intacta, caminan hacia sus aulas como quien emprende una aventura. Algunos llevan la pañoleta roja al cuello, símbolo de compromiso y sueños por cumplir; otros, aún sin ella, ya sienten el latido de la patria en sus pequeños pasos. En cada escuela, el bullicio se mezcla con la emoción. Las maestras reciben a sus alumnos en este nuevo inicio del curso escolar con abrazos, canciones y palabras que acarician.
Hay felicidad en el aire, una felicidad que no se compra ni se impone: se construye con lápices, cuadernos y la promesa de aprender. El timbre suena, y con él, se abre la puerta a un universo de conocimientos, juegos y encuentros. Los salones, decorados con carteles hechos a mano, reflejan el esfuerzo colectivo de una comunidad que cree en la educación como pilar de la dignidad. En cada pupitre hay una historia por escribir, y en cada mirada, el reflejo de un país que, a pesar de los desafíos, sigue apostando por sus niños y jóvenes.
Hoy, Cuba no solo inicia un curso escolar, también renace la esperanza. Porque en cada uniforme, en cada trazo azul, blanco y rojo, y en cada sonrisa que cruza el umbral de una escuela, late el corazón de un pueblo que nunca deja de soñar.
Tomado de Cubadebate