Cuando Pedro Quiñones me llamó para decirme que me iba a regalar una de las obras de la más reciente exposición personal suya en la galería Azagaya de la Uneac avileña, jamás pensé que dicha pieza iba a traer tanto desvelo a mis ideas, al punto de escribir esta reseña y declarar como “maldición” la espera de su protagonista: la mujer de espalda, desnuda, mutilada y con sombrilla, encima de un pedestal. Mas quiero entrarle al asunto paso a paso. Como si desentrañara un gran misterio en medio del caos más rotundo.
La espera (2013), collage de mi buen amigo moronense, se inserta dentro de una línea de experimentación visual donde el gesto mínimo y los materiales cotidianos adquieren una resonancia poética. La obra se organiza a partir de una composición vertical en la que predomina la figura de una mujer desnuda, de espaldas, cubierta parcialmente por una sombrilla. La silueta, delineada con trazos negros firmes sobre fondo blanco, se sustenta sobre un pedestal, aludiendo tanto a la condición de estatua como a la fragilidad del cuerpo femenino en situación de contemplación. Mas ahí no queda todo. La cosa debe adquirir otra dimensión. y, de hecho, así lo hace cuando se piensa un poquito más en los símbolos y sus posibles significados.
Todo pareciera apuntar que la espera es parte de un juego lúdico, si se quiere machista, en donde la mujer pudiera ser parte un obsequio un tanto obsceno y lascivo, preparado para quien tenga necesidad de ella, y hasta con cinta negra a modo de presente o de cordón que la ata, por siempre, a lo banal y sexista. La mujer como objeto y mercancía.
Pero, me pregunto, ¿qué espera ella?, ¿O la espera es más bien por parte del posible cliente? Sea como sea, todo parece indicar que no se trata de algo bueno, pues si la mutila y la coloca como objeto en venta sobre un pedestal, destruyendo su libertad física de trasladarse de lugar; si le quita la posibilidad de dar la cara sin la vergüenza de quien comete un acto pecaminoso, casi perjurio; entonces lo que queda no es un cuerpo de femenino ni una mujer que espera, e la misma figura de la carcomida víctima.
Quiñones emplea recursos mixtos que enriquecen la superficie como mismo la sociedad coloca justificaciones para la esclavitud y la deshonra. El fondo de yute aporta textura y rusticidad, contrarrestando la limpieza del dibujo lineal; el listón negro atado en forma de lazo a la altura de la cadera seguirá siendo a los ojos de todos un elemento cargado del simbolismo más rancio —la espera como acto de atadura, de contención, de tiempo suspendido—. A ello se suma el marco negro con filete amarillo, que refuerza la noción de solemnidad y, al mismo tiempo, resalta la pieza central en un juego de contrastes. Así es la vida, los altos valores de la sociedad chocando con los más bajos y retorcidos.
Oportuno el título “La espera” que dialoga con la postura de la figura, cuya actitud pasiva, cubierta por la sombrilla y erguida en pedestal, encarna tanto el misterio como la vulnerabilidad. El espectador asiste a un instante detenido, donde lo erótico, lo escultórico y lo íntimo se entrecruzan. Quiñones logra así condensar en un gesto visual simple una carga semántica múltiple: la espera, también, como acto de fe, como tensión contenida, como intersticio entre lo cotidiano y lo eterno. Cómo un segundo antes de saltar a la libertad deseada. Cómo un, déjame respirar, para conseguir el impulso deseado.
Este collage de 2013, aunque de pequeño formato, revela la capacidad del autor para integrar materiales humildes en un discurso plástico de alta sugerencia poética. La pieza trasciende lo anecdótico y se inscribe en un lenguaje contemporáneo donde el cuerpo femenino, despojado de ornamentos superfluos, se convierte en metáfora de la permanencia y la opresión.