Una lamentable trifulca ocurrida hoy en el estadio José Antonio Huelga de Sancti Spíritus dejó una mancha sobre la Serie Nacional de Béisbol para menores de 23 años, cuando jugadores de los equipos locales y de Ciego de Ávila protagonizaron un altercado durante el segundo partido de una doble cartelera.

Los hechos se produjeron en la parte baja del sexto episodio, en un momento en que el juego transitaba con relativa normalidad.

Como resultado del incidente, fueron expulsados alrededor de 10 peloteros —cinco por cada conjunto—, lo que marcó negativamente un duelo que culminó con victoria espirituana de 6-4.

Este tipo de comportamientos resulta inaceptable en cualquier escenario deportivo, pero adquiere un matiz aún más preocupante al producirse en categorías de formación, donde debe primar el desarrollo integral del atleta.

La violencia, en cualquiera de sus formas, no tiene cabida en el béisbol cubano, ni mucho menos en un nivel donde los jugadores están llamados a aprender los valores esenciales de la competencia sana.

Los árbitros y cuerpos de dirección tienen la responsabilidad de garantizar que los partidos se mantengan bajo control. No es admisible que un encuentro derive en una situación de caos por falta de autoridad.

El deporte debe ser una escuela de conducta, no un espacio donde se reflejen actitudes reñidas con la ética y el respeto.

Más allá de las sanciones que seguramente aplicará la Comisión Nacional de Béisbol —y que deben ser firmes y ejemplarizantes—, es imprescindible fomentar una cultura de prevención.

BLos entrenadores y formadores tienen una misión que trasciende lo técnico: educar en valores, formar ciudadanos, modelar conductas.

Este deporte no es solo resultado ni espectáculo. Es identidad, es sentimiento popular, es un vínculo que une generaciones. Por eso, debe preservarse con rigor y responsabilidad.

No hay justificación posible para lo ocurrido hoy en Sancti Spíritus, ni se puede pasar la página sin reflexión profunda.

El rechazo a la violencia debe ser absoluto. El deporte no puede convertirse en un espejo de las peores conductas de la sociedad, sino en un escenario para el crecimiento, la hermandad y el orgullo compartido.

La Serie Nacional sub-23 debe seguir siendo cantera de talentos, por el deporte que queremos y por el futuro que merecen nuestros jóvenes.

Tomado de ACN

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