«Hombres habrá traidores, pero pueblos no, y menos Camagüey»

Camilo Cienfuegos

Corrían días de Revolución. En ese siempre difícil primer año de todo lo nuevo, en el 1959 cubano, como mismo había gente dispuesta a echar rodilla en tierra por el naciente proceso revolucionario, también había otros que no querían cambios estructurales, ni reforma agraria, ni la repartición de las riquezas entre todos. Solamente pretendían reformas para seguir negociando con lo que debía ser de todos.

El 12 de enero de 1959, el comandante del Ejército Rebelde Hubert Matos, nacido en Yara, en 1917, había sido designado jefe del Regimiento Militar Ignacio Agramonte, de Camagüey, ubicado en el cuartel después convertido en la escuela Ciudad Libertad, que hoy es uno de los centros educacionales más grandes de Cuba. En aquel entonces los jefes de Regimiento eran la máxima autoridad de la provincia.

Precisamente, Hubert Matos se contaba entre aquellos que no querían tanta Revolución ni ser tildados de comunista, en aquellos tiempos de Guerra Fría y temor al fantasma del socialismo, comenzó a confundir a unos cuantos. Redactó una carta a Fidel, que nunca fue privada, pues la envió también a la Revista Bohemia. Buscaba exigirle al Comandante en Jefe que definiera el rumbo ideológico de la Revolución y negara el camino a la construcción del socialismo.

Entre los puntos de la misiva dirigida al Jefe de la Revolución, criticaba que se apartara del poder a los que «no aceptaban el comunismo», y renunciaba al puesto que tenía en el ejército. Parte del show era que ya, desde día 20 de octubre, oficiales subalternos –de los cuales algunos también habían presentado su renuncia, lo que constituye una prueba más de la sedición–  y miembros de la dirección del Movimiento 26 de Julio conocían el contenido de la carta. También tenía preparado que el periódico Adelante publicara su renuncia, y el apoyo de determinados sectores sociales a su posición.

LA VICTORIA SOBRE UNA TRAICIÓN COBARDE

El historiador camagüeyano Ricardo Muñoz Gutiérrez explicó a Granma que uno de los primeros en darse cuenta de la conspiración fue el capitán del Ejército Rebelde Jorge Enrique Mendoza, quien se comunicó con Fidel desde su casa y le dio sus apreciaciones del complot.

«El Comandante en Jefe comprende la gravedad de la situación y le ordena dirigirse a la jefatura provincial de la Policía, en la calle Avellaneda –hoy Primera Unidad de la Policía Nacional Revolucionaria–, convencerlos de no secundar la traición y asegurar allí una jefatura revolucionaria para contrarrestar la acción que se gestaba en el cuartel».

Todos muestran su apoyo al proceso revolucionario, y en eso llegan nuevas órdenes de Fidel: tomar centros o puntos estratégicos que garanticen el aislamiento de los traidores. Lo mismo sucedió en la Segunda Estación, que estaba situada en la calle Lugareño. También hacen contacto con las fuerzas tácticas del Ejército Rebelde, al mando del capitán Arnaldo Pernas y se sitúan al lado de la Revolución, excepto un solo combatiente, que se autodenomina neutral.

«Fidel ordena también tomar las emisoras de Radio, la estación de Televisión, la central telefónica y la planta eléctrica; sabía que la comunicación con el pueblo y su participación eran decisivas para evitar el derramamiento de sangre. De igual manera, indicó tomar el aeropuerto, el hospital y una farmacia para asegurar la atención médica y los medicamentos en caso de enfrentamientos», añadió Muñoz Gutiérrez. También decide que Jorge Enrique Mendoza denuncie públicamente la traición de Hubert Matos.

La denuncia sale a través de Radio Legendario, y a su vez se convoca a la movilización del pueblo camagüeyano y se comunica la eminente llegada a Camagüey del Comandante del sombrero alón y jefe del Ejército. Además, se retira la publicación del periódico y las correspondientes notas de apoyo.

Mientras eso sucedía, Camilo Cienfuegos se preparaba para viajar a Camagüey con refuerzos y el encargo especial de evitar el derramamiento de sangre, salvar a los revolucionarios que estuvieran confundidos, y detener al traidor.

Según describe Jorge Luis Betancourt en su libro Victoria sobre una traición, Camilo explicó a sus subordinados la situación que acontecía, bajó a la calle y dijo: «Compañeros, ha llegado el momento de hacer otros sacrificios por la Patria. Fidel y Raúl nos han dado la misión de partir enseguida para Camagüey, donde tendremos que defender una vez más la Revolución, ahora de una vil traición. Debemos ir con el mismo espíritu de la Sierra, de la Invasión, porque es posible que haya que pelear. El que esté dispuesto, que dé un paso al frente».

LA ÚLTIMA MISIÓN DE UN HOMBRE DE PUEBLO

Justo a las seis de la mañana del 21 de septiembre de 1959 aterrizó en el aeropuerto Ignacio Agramonte el avión de Camilo. Luego de un breve intercambio en ese mismo sitio con los oficiales que estaban allí, se dirigió a la Jefatura de la Policía, desde la cual le comunica a Fidel la situación en la provincia, y sin perder tiempo parte para el cuartel.

Alrededor de las siete de la mañana llegan al Regimiento Militar. Camilo ordena al conductor del vehículo entrar a toda velocidad. Oficiales que todavía se encontraban en el cambio de guardia indican que Hubert Matos se encuentra en su residencia dentro del cuartel. Frente a la casa, Camilo decide entrar solo.

Ante la resistencia de quienes estaban allí para protegerlo, dijo: «No podemos dar lugar a una situación desagradable, así que esperen, que este asunto lo resuelvo yo personalmente», algo que no obedecieron del todo y se apostaron en la escalera.

Hubert Matos, de uniforme, todavía estaba acostado junto a su esposa. Todo sereno, Camilo le dice: «Hubert, yo como Jefe del Ejército asumo el mando de Camagüey y te detengo por traidor. Acompáñame». Cuenta la historia que el traidor, nervioso, salió de la habitación. Camilo lo conduce a la Jefatura, allí se reúnen con otros oficiales del Regimiento.

Agrega Ricardo Muñoz que Matos asume el papel de víctima y se sorprende por todo lo que está sucediendo; insiste que es una maniobra de algunos que le tienen envidia. La situación se tensa cuando varios oficiales sediciosos, armados, lanzan exclamaciones en defensa de la traición, y Camilo propone darle las armas a uno de sus oficiales de confianza.

Hubert Matos reconoce sus preocupaciones con algunas cosas de la Revolución y la ubicación de comunistas en el Gobierno, a lo que Camilo respondió: «¿Por qué no te preocupas porque se hagan las cosas en beneficio del pueblo?».

Fidel había llegado a Camagüey sobre las nueve y media de la mañana, y Camilo parte al encuentro con el Jefe de la Revolución. Antes ordena mover a los oficiales complotados a otro local y dejar a Matos solo en la oficina de la Jefatura.

El Comandante en Jefe, desde el aeropuerto se dirige a la ciudad. En la calle República se desarma, baja del jeep y continúa acompañado por el pueblo. En Radio Legendario intercambia con Mendoza y le orienta difundir que se encuentra en Camagüey, y se dirige a la calle San Pablo, esquina a Cuerno, donde se encontraba la dirección provincial del Instituto Nacional de Reforma Agraria. Allí intercambia brevemente con Camilo, quien regresa al cuartel para organizar el traslado de los detenidos a La Habana.

Sobre las 11 de la mañana, Fidel encabeza la marcha del pueblo de Camagüey, hasta el cuartel. Miles de camagüeyanos pasan por las calles Independencia y General Gómez.

Ya en el Regimiento, sobre el balcón de la Jefatura, habló Jorge Enrique Mendoza a más de 30 000 personas entre militares y civiles. El capitán resaltó el carácter popular de esta victoria sobre la traición. Fidel también tomó la palabra, analizó la actitud del traidor y agradeció a los camagüeyanos la determinación de salvar la Revolución.

Tomado de Granma

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