Hay un orgullo vanidoso, excluyen­te, que busca imponerse sobre los demás. Pero hay otro, más noble y profundamente humano, que se en­raíza en la conciencia de pertene­cer a una cultura, a una historia, a una comunidad de valores. Es esa la acepción que honró el primer Colo­quio Nacional Orgullo de ser cuba­no, que se celebró hasta este domin­go en la ciudad de Camagüey. Fue una plataforma para el pensamien­to crítico y la reafirmación del acer­vo nacional.

Este encuentro ha remarcado los desafíos de acuciantes esquemas de colonización cultural, que adop­tan múltiples formas, desde lo me­tafórico hasta lo mediático. Frente a las pretensiones de uniformar las identidades y diluir lo auténtico bajo patrones hegemónicos, el Colo­quio apostó por una cultura cuba­na en constante evolución y diálogo con el mundo, pero que no renuncia a su soberanía simbólica. Se trata de fortalecer una visión crítica y responsable, que defienda la diver­sidad, la memoria y los sentimientos del pueblo.

Uno de los principales aportes del Coloquio ha sido la confluencia de saberes: artistas e investigadores han coincidido en la necesidad de ir más allá del diagnóstico, y articular respuestas concretas ante la guerra simbólica que se libra hoy. La pro­gramación cultural, la formación de públicos, la enseñanza artísti­ca y el trabajo en las comunidades han sido señalados como campos de acción prioritaria. La resistencia cultural no puede ser esporádica ni retórica: necesita estrategias sos­tenidas, voluntad institucional y el compromiso de todos los actores del sistema de la cultura.

Organizado por la Dirección Provincial de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), con la participación del ministro de Cultura Alpidio Alon­so, la presidenta de la Uneac Mar­ta Bonet, Abel Prieto por Casa de las Américas y Yasel Toledo por la Asociación Hermanos Saíz (AHS), entre otros, el Coloquio contó con el respaldo institucional al más alto nivel. La elección de Cama­güey como sede no es casual: esta ciudad, con su poderosa tradición cultural, deviene escenario ideal para pensar a Cuba desde sus raí­ces y desde sus retos contemporá­neos.

El valor de este espacio radi­ca en su proyección futura. No se trata de un evento aislado, sino de un punto de partida para nuevas articulaciones y sinergias entre los creadores, las instituciones y la sociedad. El Orgullo de ser cuba­no debe traducirse en acciones que defiendan la dignidad cultural de la nación, que eleven el debate pú­blico, que promuevan una sensibi­lidad crítica en las nuevas genera­ciones.

Celebrar el Orgullo de ser cu­bano es, ante todo, reafirmar la ca­pacidad del país para pensarse a sí mismo desde sus esencias, sin con­cesiones a modas ni imposiciones externas. Es defender la cultura como escudo y como luz. La Uneac, la AHS y el sistema institucional de la cultura tienen aquí un campo de acción vital: movilizar la inte­ligencia, el arte y la sensibilidad del país para resistir, pero también para crear, para proponer, para construir.

Tomado de Trabajadores

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