Por aquellos trillos que llevan al firme de la Sierra Maestra, el primero en el oficio debió ser René Rodríguez, pero las cámaras de cine y fotografía y los rollos de película que, por indicación del Comandante Fidel Castro, el soldado expedicionario traía consigo, se perdieron en los pantanos de  raíces  turbias y aguas muertas de Los Cayuelos, por donde el desembarco del yate Granma se trasmutó en naufragio que el argentino-cubano Che Guevara, con memoria nítida, narraría después a su compatriota el escritor Julio Cortázar.  Aquel 2 de diciembre de 1956, los jóvenes vencieron su propio Paso de las Termópilas y tras el combate de Alegría de Pío, pusieron rumbo a la salida del sol. Los que consiguieron reagruparse integraron el pequeño núcleo guerrillero.

El 17 de febrero de 1957, el periodista Herbert Lionel Matthews, veterano jefe de la plana editorial del diario norteamericano The New York Times, acompañó sus apuntes del encuentro con una emblemática imagen del líder guerrillero con su fusil, en medio de las espesuras del monte.

Casi todos los reporteros que ascendían el lomerío para adentrarse en la leyenda de la guerrilla y su Comandante en Jefe, anotaban sus impresiones y captaban fotografías o filmes que ilustrarían para siempre la historia. Al territorio de la guerra llegarían hombres que, con el paso del tiempo, podrían considerarse además de avezados maestros de la profesión, como honestos cronistas en unos casos, y en otros, como fieles amigos de la Revolución Cubana: el propio Matthwes, Bob Taber, Jorge Ricardo Masetti, Carlos Bastidas, Manuel Camín, Carlos María Gutiérrez y Eduardo Hernández, Guayo, entre tantos otros que registraron pasajes de la lucha de los rebeldes barbudos en el Oriente de Cuba y trazaron un perfil del Jefe de aquella fuerza en cuyos hombros, Cuba depositaba sus esperanzas.

Otros grandes de la fotografía, maestros de la imagen como Jorge Oller, Liborio Noval, Raúl Corrales, Perfecto Romero, Estela y Ernesto Bravo, los Kordas -Alberto Díaz, autor del conocido retrato de Che, y Luis  Pierce Byers, el otro Korda, quien había fotografiado la entrada de Fidel y Camilo a la Habana-, Pablo Caballero, Mayajigua,  Jesús Naón, Gonzalo González, José Canal y Roberto Chile y su equipo de trabajo, entre otros, han acompañado al líder revolucionario en sus intensidades de lucha, para lo cual no bastaban la pericia y el entusiasmo en el oficio, hacían falta también, en primer lugar, convicciones profundas y unas muy labradas disciplina, discreción y capacidad de trabajo.

Pero, ¿quiénes habían sido los primeros en fotografiar a Fidel? Los primeros fueron fotógrafos ambulantes cuya identidad nunca apareció al dorso de las estampas. Llegaban a Birán y preparaban un set para fotografiar a la familia Castro Ruz, en los corredores o las amplias habitaciones de la casa principal, junto a los muebles de mimbre o afuera, donde los árboles hacían sombra y evitaban el contraluz. Entre aquellos retratos, perduraron varios de Fidel cuando era niño, pero nunca alguien pudo conocer el nombre de aquellos artistas que guardaban la caja mágica en una maleta de piel, con cierres de metal y forro de raso en su interior y que, al llegar a los parajes de premontaña en las cercanías de Los Pinares de Mayarí, en el oriente cubano, causaban gran revuelo y excitación entre grandes y chicos.

Como los fotógrafos con su magia de luz, siempre quise con palabras describir a Fidel, poco tiempo después de verlo y conversar con él, hace ya unos veinte años escribí:

“… Con la mirada recorría su presencia para no olvidar un solo pormenor, seguía sus pasos mientras él afirmaba: “Una idea se desarrolla, Katiuska, una idea se desarrolla”. Yo observaba la mano que alisaba el pelo ondulado y blanco, la gorra militar colocada después sobre la mesa, la carpeta de cuero donde apoyaba los papeles para escribir, los dedos larguísimos, el trazo fugaz sobre el papel en el rústico bloc de tapas azules, la frente despejada, el borde de las cejas, los ojos vivos y acuciosos, la barba encanecida, el lóbulo de la oreja, el cuello de la chaqueta militar, el pantalón recto y, otra vez, sus botas, sus viejas botas, limpias y gastadas en las que me detuve al final del recorrido indiscreto…”

Nuestro José Martí había hablado sobre ello alguna vez… “Hay algo de plástico en el lenguaje –decía- y tiene él su cuerpo visible, sus líneas de hermosura, su perspectiva, sus luces y sombras, su masa escultórica y su color, que sólo se perciben viendo en él mucho, revolviéndolo, pensándolo, acariciándolo, puliéndolo. En todo gran escritor –podríamos nosotros decir, en todo gran fotógrafo- hay un gran pintor, un gran escultor y un gran músico. Un párrafo bien hecho -una imagen bien captada podríamos acotar- es un trabajo de armonía más sutil y complicado mientras más fino sea el artista”.

Las imágenes fotográficas de Fidel, nos entregan al hombre descrito por muchos escritores a través del tiempo, Tennessee Williams expresó: “Es un hombre formidable. Muy bien parecido. Da una sensación de fuerza interior y exterior. Muy convincente hombre”.

Simone de Beauvoir declaró: “Me preguntaba qué era exactamente aquello… Las personas gritan de júbilo, se arrojan a la tribuna, los niños corrían hasta el estrado y querían tocar su uniforme… Él permanecía allí apenas sonriente, con una especie de torpeza. Nada de histriónico… Tendría horror de decepcionar a las personas que encontraban tanta felicidad en mirarle. Entonces permanecía allí; hasta parecía tímido… Se da y al mismo tiempo se observa. Piensa de manera profunda, dialéctica, a partir de las causas. Sabe que si ataca un problema por cualquier lado, todo lo demás vendrá inevitablemente… No parte jamás de una teoría, forma ideas a partir de la realidad. Parece que su superioridad intelectual viene de ahí…”.

El Che lo perfiló como “un vulgarizador de temas complejos”.

El dominicano Juan Bosch dijo: “América Latina ha dado tres grandes genios políticos: Toussaint Louverture, Simón Bolívar y Fidel Castro…” y más sencilla y originalmente lo delineó el propio Herbert L. Matthews a principios de la Revolución cuando expresó: “como todos los románticos, Fidel desborda las clasificaciones”.

El fotógrafo Alex Castro, hijo del Comandante en Jefe, posee una valiosísima obra fotográfica que complementa la imagen de Fidel en una muestra titulada Fidel Castro, un retrato íntimo. Durante una entrevista, Alex confesó que, como artista, como hijo, se siente cautivado por:

“…la riqueza de su rostro, los pliegues de su vejez, la elocuencia de sus manos, la vivacidad de su mirada a pesar de tantos años de entrega a una labor tan difícil y comprometida. Es la constancia de una lucha que sigue viva aún en los rincones de su casa o en sitios que ya desde hace muchos años dejaban ver su rostro enérgico, cautivante y feliz.”

Mirando las fotos en blanco y negro de Alex agradezco que la cotidiana presencia, la cercanía, no nublara su vista y perdurara en él, esa capacidad de asombro que le permitió ver en su padre todo lo excepcional de una figura prominente de la historia de la Humanidad, al mismo tiempo que su sencilla condición humana, en las simples pero maravillosas cosas de cada uno de los días de Fidel, como canta Silvio: “el mantel de la mesa, el café de ayer”. Alex ha fotografiado lo nuevo en el Fidel que llega a los noventa, están todos los que fue y será. El niño, el adolescente, el joven vehemente, el guerrillero, el estadista, el referente revolucionario e intelectual de nuestro tiempo en todo el planeta. La densidad es abrumadora para el artista, ha tenido ante sí un desafío inmenso, y ha sabido, fiel a su estirpe y a sus sentimientos, afrontarlo y vencerlo.

Antes, cuando yo debía responder preguntas y aludir a una excelente foto de Fidel, siempre señalaba aquella tomada en La Habanita, Sierra Maestra, durante el mes de mayo de 1958, cuando, recostado a la ladera de la montaña, se le veía armado con su browning a la cintura y leyendo el libro Kaputt del italiano Curzio Malaparte. La imagen conjuga al guerrillero y al hombre de pensamiento.  Sin embargo, hoy mi elección sería otra. Destacaría una fotografía que despliega a toda lámina los insondables e infinitos claroscuros del blanco y negro.  Fidel apoya la frente de sus meditaciones en una de sus manos. El pelo y la barba son un verdadero torrente de ideas sugeridas desde lo profundo. Su piel curtida es textura, corteza noble de árbol resistente que no se inclinó ante huracanes. El espíritu limpio emana de la cascada encanecida que es Fidel. Tiene una hidalguía desgarbada y quijotesca su perfil. Hombre que venció al tiempo, es lluvia copiosa que fluye hacia una sonrisa.  Su presencia es el instante sublime por donde la luz asoma. (Originalmente publicado en la revista Honda, 2015).

Tomado de Cubaperiodistas

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