Cuando pensamos en el trabajo doméstico es un rostro de mujer el que, en primera instancia, nos viene a la mente. Los roles de género, a lo largo de los años nos han asignado esa función de cuidadoras del hogar, y nos han impuesto, en muchas ocasiones, tareas como la atención de los hijos, la limpieza de la casa y la elaboración de los alimentos.

Todas ellas vitales, por su puesto, el desarrollo de la vida cotidiana exige que estemos alimentados, vestidos, calzados y que, al llegar a casa contemos con un lugar limpio para descansar. Tal es su impacto que la Encuesta del Uso del Tiempo arrojó que el valor monetario de los servicios domésticos y de cuidado no remunerados representó en el 2002, el 19,6% del PIB del país.

Sin embargo, pese a su incidencia en todas las esferas sociales, estas actividades son infravaloradas y asumidas la mayoría de las veces por mujeres. Estudios feministas indican que 9 de cada 10 mujeres en el mundo dedicamos gran parte de nuestro día a tareas domésticas, y para contextualizar esas cifras conozcamos que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) publicó que, en Cuba, las mujeres invertimos el 21% de nuestro tiempo en estas actividades no remuneradas, mientras los hombres dedican el 12.5%, casi la mitad.

Esta adaptación a los roles tradicionales en función del sexo ha llevado a que las féminas o se dediquen completamente al cuidado del hogar, muchas veces por obligación, o a que lo compaginen con el trabajo fuera de casa, un verdadero reto por las implicaciones físicas y mentales que conlleva. Muchas mujeres consideran que es difícil conciliar la vida laboral y familiar y que son sometidas a jornadas extenuantes en las que en muchas ocasiones no les queda tiempo para el autocuidado.

Estos comportamientos aprehendidos están asociados también a la visión de que el hombre debe ser el sostén de la familia, un patrón reproducido por los dos sexos de generación en generación. Tan es así que, según el Anuario Estadístico de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información cubana, ONEI, en Ciego de Ávila, la población femenina en edad laboral en el 2019 era de más de 132 mil personas, y se encontraban activas cerca de 67 mil, solo el 50%.

Lo que resulta más curioso es que la tasa de desocupación para ese segmento poblacional fue en ese año del 0.6%, un número que denota que la mayoría de las mujeres inactivas laboralmente no estaban buscando empleos ni en el sector estatal ni en el privado. Eso se traduce en que una gran parte de la población femenina avileña, con edad laboral, en el 2019 era ama de casa o mantenía vínculos laborales ilegales, algo que puede mantenerlas al margen de las políticas gubernamentales pensadas para su bienestar como las licencias de maternidad.

La Organización Internacional del Trabajo, concluyó, referido a este tema que el 70% de las mujeres prefieren un trabajo remunerado, por lo que, debemos replantearnos las relaciones de género, incluso en Cuba donde se ha avanzado en estos asuntos. Aún necesitamos políticas más solidarias con las mujeres y hasta velar por asuntos como la construcción de nuevas identidades masculinas, donde desterremos definitivamente la concepción de que los hombres no lloran ni se llevan bien con la cocina.

Leydis Romero

 

 

 

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