Recién inaugurado el XXV salón de Artesanía Eduardo Martínez, y a uno le queda un buen sabor en la boca de tanto saborear artesanía de buen gusto y de utilidad. De mas de 50 obras presentadas, una me llamó la atención por su nivel de conceptualización y su acabado. No recibió premio o mención alguna, pero esto no le quita méritos ni es prueba de que mi criterio es validatorio.
En la obra Desarraigo, del instructor de arte moronense Darién Morejón Baños nos enfrenta a una imagen inquietante y poética: una silla que ha dejado de serlo. Elevada sobre patas exageradamente largas, atadas y sostenidas por cuerdas, la pieza se erige como un símbolo del desarraigo físico y espiritual del ser humano contemporáneo, y, más específicamente, del cubano que carga con la nostalgia y la fractura de su identidad. La aparente simpleza del objeto cotidiano se disuelve ante la contundencia simbólica de su transformación.

El uso de la silla como eje estructural no es casual. Es el objeto doméstico por excelencia, el punto de reposo, el hogar materializado. Pero en Desarraigo, ese hogar se torna inalcanzable: las patas se prolongan hasta volverse zancos rituales, y los amarres de cuerda evocan tanto sujeción como fragilidad. En lugar de ofrecer estabilidad, la silla parece suspendida en una tensión constante, entre la tierra y el vacío, entre la permanencia y la fuga. Lo funcional cede su lugar a lo metafórico.

En su ejecución formal, Morejón Baños combina la precisión artesanal con un gesto expresivo casi antropológico. Las patas están intervenidas con elementos que recuerdan cráneos tallados y paletas de remo, aludiendo a la muerte, al trabajo y a la travesía. No hay en esta pieza un ornamento gratuito: cada textura, cada cuerda y cada quemadura de la madera son huellas de una historia compartida, una que habla de desplazamientos, pérdidas y persistencias. La materia se convierte en archivo sensible del desarraigo.

La pieza también dialoga con una larga tradición del arte insular cubano, en la que el exilio, la diáspora y la búsqueda del “lugar propio” son temas recurrentes. Sin embargo, Morejón Baños no recurre a la nostalgia fácil ni al dramatismo directo: su Desarraigo se sostiene en la economía visual, en la fuerza de un objeto transformado que logra decir mucho con muy poco. Hay en esta obra una lucidez silenciosa, una elegancia austera que amplifica su poder simbólico.

A nivel conceptual, Desarraigo es una reflexión sobre la imposibilidad de volver, sobre la distancia entre lo que somos y el suelo que nos formó. La altura de la silla sugiere ambición, búsqueda de perspectiva, pero también aislamiento. Es una metáfora del individuo que, en su intento de elevarse o de sobrevivir, se aleja irremediablemente de sus raíces. En esa paradoja se concentra la potencia emotiva de la obra: cuanto más se eleva, más se separa de sí mismo.

Con Desarraigo, Darién Morejón Baños confirma una madurez artística que va más allá de la destreza técnica. Su obra interpela desde lo simbólico y lo sensorial, convirtiendo un objeto cotidiano en un campo de reflexión existencial. La pieza no busca respuestas, sino resonancias: nos recuerda que todo acto de partir deja un hilo tensado con el origen, y que, a veces, ese hilo —como las cuerdas de la silla— es lo único que impide que caigamos en el vacío.

Dairen también obtuvo premio en la última edición del salón Mi gallo, de Morón con una pieza que se inscribe en esta misma cuerda reflexiva e imaginería.

Por Vasily MP

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