En las calles de Ciego de Ávila, donde el sol caribeño baña las fachadas eclécticas de su casco histórico y la vida transcurre con el ritmo pausado de las provincias cubanas, existe una realidad que habla del lado más humano de la sociedad: los Hogares de Niñas y Niños Sin Cuidado Parental. Estas instituciones, más que simples centros de acogida, representan un ejemplo vivo de cómo el altruismo y la solidaridad pueden transformarse en políticas públicas efectivas y en redes de apoyo comunitario.

Clara Reyes: Diez años construyendo una familia

“Nunca tuve hijos y ellos son los hijos que nunca tuve”, dice Clara Reyes Iglesias con una sonrisa que ilumina su rostro curtido por más de medio siglo de vida. Desde hace diez años y dos meses, Clara dirige el Hogar de Niñas, Niños, Adolescentes y Jóvenes sin Cuidado Parental de la provincia, una responsabilidad que ha asumido no como un trabajo, sino como una misión de vida.

En su oficina, donde las fotografías de los niños comparten espacio con documentos administrativos, Clara habla con el orgullo de una madre que ha visto crecer a sus hijos. “Tengo niños que desde que comencé en el 2015 están acá conmigo, son mis hijos. Se han ido incorporando otros, otros que ya se han ido por cumplir la mayoría de edad, pero son mis niños”, explica mientras señala hacia el patio donde se escuchan risas infantiles.

Lamary Yolexys Montalvo: Transformando espacios para la primera infancia

A pocos kilómetros de distancia, en lo que antes era una construcción destinada a otros fines, Lamary Yolexys Montalvo La O dirige desde hace tres años el Hogar de Niñas y Niños sin Cuidado Parental de 0 a 6 años. Su historia profesional ilustra perfectamente el proceso de transformación urbana que ha vivido la ciudad para responder a las necesidades de la infancia vulnerable.

“Se pensó en un nuevo hogar ya que el local anterior era muy pequeño, con muy poca capacidad”, explica Lamary mientras recorre las amplias instalaciones que hoy acogen a los más pequeños. “Al desarrollar el Ministerio de la Costrucción esta obra, que inicialmente era para una Casita Infantil y no tener demanda, se decidió cambiar de local el hogar de niños de 0 a 6 años”.

La transformación no fue casual. La creciente vulnerabilidad social y diversas situaciones familiares complejas, demandaba espacios más amplios y mejor equipados. “La obra tiene muy buena calidad. Fue muy bien pensada, pues requiere de ciertos requisitos porque es para niños pequeños”, añade Lamary con visible satisfacción por las condiciones que ahora puede ofrecer.

Para Lamary la transición desde su experiencia previa como directora de Círculos Infantiles hacia este nuevo rol ha representado una transformación personal profunda. “Es un reto profesional muy grande porque realmente dejas de ser directora para convertirte en la Mami de estos niños. Es una entrega total”, confiesa. “Este trabajo no se compara con ninguno, ha sido un reto muy grande porque hay que sentir un verdadero amor por el trabajo, verdadero amor por los niños. Si no, sería imposible llevar a cabo esta tarea”.

El impacto del nuevo local ha trascendido las mejoras físicas para generar un cambio en la percepción comunitaria. “Ha tenido un gran impacto social, ya que ahora es que la población realmente conoce, después de nuestra inauguración aquí, por las obras del 26 de Julio, en el nuevo local, que existe un hogar de niños sin cuidado parental de 0 a 6 años”, explica Lamary. “Siempre fue conocido por todos el hogar de los niños de 6 a 18, pero este ahora es que realmente la población lo conoce”.

Un modelo de atención integral diferenciado

La provincia de Ciego de Ávila cuenta con estos dos hogares especializados que atienden diferentes grupos etarios, cada uno con sus particularidades y desafíos específicos. Mientras Clara dirige la institución para niños, niñas y adolescentes mayores, Lamary se concentra en la primera infancia, actualmente con tres niños bajo su cuidado

Esta diferenciación no es meramente administrativa; responde a las necesidades específicas de desarrollo de cada grupo etario. “Los niños se sienten mucho mejor. Los niños acogidos en nuestra institución son felices realmente”, dice Lamary al describir cómo el nuevo espacio ha impactado en el bienestar de los más pequeños.“Ganamos en amplitud, un área para ellos disfrutar de sus juegos y sus actividades amplias, bellas… Las imágenes se lo dicen todo de lo grande, espacioso, confortable que está este nuevo hogar”.

El funcionamiento de estos hogares trasciende las estructuras burocráticas tradicionales para convertirse en un ejemplo de articulación intersectorial. Las casas pertenecen al Ministerio de Educación y funcionan como una dependencia de Educación Municipal, pero su sostenimiento depende de una compleja red de apoyo que incluye al Mincin, la Anap, cooperativas agrícolas y empresas locales.

“La CPA Pedro Martínez Brito es la cooperativa que nos apadrina, pero no solo ella”, explica Clara. “También vienen otras cooperativas y campesinos de otras cooperativas, incluso de otros municipios que quieren hacer su aporte a la casa”. Esta red de solidaridad se extiende más allá del sector agrícola, incorporando empresas, organismos estatales y personas naturales que contribuyen con donaciones de ropa, zapatos y otros artículos necesarios para el bienestar de los niños.

La empresa Avilmat representa un ejemplo paradigmático de cómo el sector empresarial puede integrarse en las políticas de protección social. Lidia Bárbara Fernández Avellas, jefa del grupo de Secretaría de la Dirección General de Avilmat, explica que la empresa mantiene “una estrategia de trabajo para la atención al trabajo comunitario” que se extiende a través de todas sus Unidades Empresariales de Base (UEB).

“Nosotros a nivel de empresa tenemos una estrategia de trabajo para la atención al trabajo comunitario, integrado en todas las UEB y contamos también con el apoyo de la oficina central”, detalla Fernández. La empresa no solo atiende circunscripciones específicas, sino que ha incorporado directamente a una joven de 15 años del Hogar Sin Cuidado Parental, con la visión de prepararla para una futura carrera técnica afín a sus actividades productivas.

Solidaridad replicable

Las historias de Clara y Lamary, aunque diferentes en sus contextos específicos, convergen en una realidad común: ambas han encontrado en la dirección de estos hogares mucho más que una responsabilidad profesional. “En el plano personal me siento realizada”, confiesa Lamary. “Esta tarea es diferente a todo. Estamos hablando de entregar, de entregarte como madre. Ellos son unos hijos más para mí”.

Esta transformación personal de las directoras refleja el carácter especial de estas instituciones, donde los roles profesionales trascienden hacia vínculos familiares genuinos. Clara, con su experiencia de una década, y Lamary, consolidando su tercer año al frente del hogar de primera infancia, representan dos generaciones de un mismo compromiso: convertir la protección institucional en amor maternal.

Los Hogares de Niñas y Niños Sin Cuidado Parental de Ciego de Ávila representan mucho más que una respuesta institucional a una necesidad social específica. Constituyen un modelo de articulación entre lo público y lo privado, entre lo institucional y lo comunitario, donde el altruismo individual se potencia a través de estructuras organizativas eficientes.

La experiencia avileña demuestra que la protección de la infancia vulnerable no es responsabilidad exclusiva del Estado, sino una tarea colectiva que requiere la participación activa de cooperativas, empresas, organizaciones sociales y ciudadanos individuales. En este modelo, cada actor social encuentra su espacio de contribución, desde las cooperativas agrícolas que aportan alimentos hasta las empresas que ofrecen oportunidades de formación laboral.

La solidaridad como política pública

En tiempos de crisis económica, cuando las necesidades básicas se convierten en desafíos cotidianos, la experiencia de Ciego de Ávila ofrece una lección valiosa sobre cómo la solidaridad puede institucionalizarse sin perder su carácter humano. Clara Reyes y Lamary Montalvo desde sus respectivas direcciones, y todas las cooperativas y personas que contribuyen diariamente, han construido un ecosistema de protección social que trasciende las limitaciones presupuestarias para crear algo más valioso: una comunidad que no abandona a sus miembros más vulnerables.

Los hogares de Ciego de Ávila no son simplemente instituciones de acogida, son remansos de paz colectiva donde se experimenta diariamente con nuevas formas de organización comunitaria. Son espacios donde el altruismo individual se transforma en política pública efectiva, donde la solidaridad deja de ser un valor abstracto para convertirse en acción concreta y transformadora.

Las voces de Clara y Lamary, cada una desde su institución específica pero compartiendo una misión común, ilustran cómo la profesionalización del cuidado puede mantener su dimensión humana más esencial. Sus testimonios revelan que en estos hogares no solo se protege a la infancia vulnerable, sino que se construyen nuevas formas de familia extendida donde el amor no depende de los vínculos sanguíneos sino del compromiso consciente con el bienestar del otro.

En definitiva, estos hogares representan una demostración práctica de que otra forma de organización social es posible, una donde el bienestar colectivo se construye desde la participación activa de todos los sectores sociales, y donde la protección de la infancia se convierte en una responsabilidad compartida que fortalece el tejido social en su conjunto. La experiencia de Ciego de Ávila sugiere que cuando la comunidad decide no abandonar a sus miembros más vulnerables, los espacios institucionales se transforman en verdaderos hogares de esperanza.

Tomado de Invasor

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