Cuba y sus compatriotas recorda­rán este 19 de septiembre el asesinato de uno de sus líderes obre­ros: Enrique Varona González, con motivo del centenario de su largo viaje hacia la historia y la inmorta­lidad.

Uno de los que no solo rememo­rará, sino que contará de manera especial a las nuevas generaciones sobre la heroicidad de quien fuera también campesino pobre y obrero explotado, será Larry Morales, pre­sidente de la filial de la fundación Nicolás Guillén en Ciego de Ávila.

Porque Varona nació en Conso­lación del Sur, provincia de Pinar del Río, el 13 de julio de 1888, pero se forjó como líder obrero en el avi­leño pueblo de Morón, con marca­do protagonismo en los talleres y la terminal ferroviaria, donde sonara el pito de la loco­motora anunciando la in­mediata salida del tren y el triunfo en aquella huelga general de los ferroviarios.

Defendió los derechos más ele­mentales de los trabajadores de vías u obras, quienes eran los más explotados. Organizó a los brace­ros y estibadores del puerto de Ta­rafa. Acudió a los centrales azu­careros, escuchó el reclamo de los trabajadores, estudió sus deman­das y se lanzó a la conquista de los primordiales derechos laborales.

Así logró la unidad de las fuer­zas de esos grandes sectores, en la batalla contra los explotadores. El hecho de mayor connotación enca­bezado por el insigne sindicalista comenzó en los primeros días de septiembre y concluyó el 25 de di­ciembre de 1924.

Se le conoció como la Huelga de los Ingenios; en realidad, tam­bién participaron ferroviarios y portuarios, hecho convertido en una guerra sin cuartel, por la re­presión que emprendieron el ejér­cito, los patronales y los consor­cios.

La historia de vida más íntima del ejemplar dirigente la cuenta Larry Morales en su libro titula­do Enrique Varona, el líder de las mil huelgas.

“La víspera de la navidad de 1922, Enrique me había dicho que deseaba pasar ese día junto a los más explotados. Yo no le reproché su actitud, al contrario, me agra­dó. Tanto me emocionó aquel ges­to suyo, que el lechón asado que tenía para comerme en casa con mis hijas, se lo llevé para el cam­pamento. Nos divertimos mucho. Él estaba feliz junto a sus dos ni­ñas de los ojos, como solía llamar a Leonor y a Nieves, y junto a mí, y también a los obreros a quienes consideraba como de la familia”, rememoraba Ana Lugo, viuda de Varona González.

El asesinato de Varona, el 19 de septiembre de 1925, es descrito por el escritor avileño de este modo: “Mientras un matón corría hacia al cuartel para cobrar la vergon­zosa paga, un hombre valiente ya moribundo se abrazaba a su esposa como para decirle al oído: ‘muero por los trabajadores’, que era como decir que iba a vivir eternamente”.

Tomado de Trabajadores

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